El amanecer en la mansión Bourth era silencioso, casi pesado, como si el aire mismo compartiera la tensión que se había acumulado en las últimas horas. Enzo despertó en la habitación que había usado como refugio la noche anterior, sintiendo el vacío en su pecho. Había pasado la noche pensando en Amatista, en todo lo que había salido a la luz y en cómo ella lo estaría procesando.
Sin embargo, el lugar junto a él seguía frío, como si el espacio mismo se burlara de su necesidad de tenerla cerca. Se incorporó lentamente, frotándose el rostro con ambas manos antes de dirigirse a la habitación principal.
—Gatita… —susurró al abrir la puerta, esperando encontrarla aún dormida, acurrucada entre las sábanas.
El silencio fue su única respuesta.
—¿Amatista? —Su voz sonó un poco más alta, con un toque de urgencia que no pudo ocultar.
Sus ojos recorrieron cada rincón de la habitación. La cama estaba perfectamente hecha, pero faltaban algunas cosas: la maleta pequeña que Amatista solía usar y su cu