Federico llegó a la mansión Bourth con su maletín en mano. Roque, quien lo había estado esperando en la entrada, lo condujo por los pasillos oscuros de la mansión. El ambiente estaba cargado de una tensión palpable, y Roque no perdió la oportunidad de advertirle al médico.
—Si quieres seguir vivo, no hagas demasiadas preguntas —le dijo Roque en voz baja, con una mirada que denotaba una seriedad escalofriante.
Federico asintió en silencio, sabiendo que no podía hacer más que cumplir con lo que se le ordenaba. Al llegar a la habitación de Enzo y Amatista, Roque se retiró y dejó al médico solo.
Dentro de la habitación, la luz tenue resaltaba la figura de Amatista, todavía reposando en la cama. Federico se acercó con calma y comenzó a revisarla. El aire estaba impregnado con una quietud tensa, como si cada uno de los que se encontraban en la mansión estuviera esperando algo más que simples palabras.
Después de unos minutos, Federico se retiró de la cama y se dirigió a Enzo, que observaba