El letrero de la tienda de comestibles del pueblo, "Almacén El Buen Vecino", era el centro de todos los chismes. Hoy, el tema era la noticia que había recorrido como un reguero de pólvora los grupos de mensajería de los pescadores y granjeros.
—¿Oyeron? —dijo el dueño, Héctor, limpiando el mostrador con un trapo sucio—. Los hermanos Salvetti, esos mafiosos de la ciudad, ofrecen una recompensa. Diez millones. Por una mujer.
Los parroquianos murmuraron, impresionados por la cifra.
—¿Qué mujer? —preguntó un viejo pescador.
—Una tal Amatista Bourth. Extranjera. Dicen que es la esposa de un tipo muy poderoso. —Héctor se encogió de hombros—. Nada que ver con nosotros.
Pero en un rincón, Gustavo, que había ido a comprar pan, sintió que el suelo se movía bajo sus pies. No era por el nombre "Amatista Bourth", que le sonaba a chino, sino por la descripción que siguió.
—Alta, delgada, cabello oscuro, muy hermosa —leyó Héctor de su teléfono.
La descripción encajaba terriblemente con María. Él neg