La frustración era un nudo en la garganta de Amatista. El logo de Lune le quemaba la retina, un faro en la niebla de su mente, pero cada intento por acercarse a él chocaba contra un muro.
—Gustavo, por favor —rogó, sus manos temblorosas sobre la mesa de la cocina—. Necesito saber. Lune, Amatista Bourth… algo me dice que es importante.
Gustavo la miró con preocupación. Luisa le había contado sobre el anillo y su reacción ante la joyería.
—María, lo intentaré. Pero recuerda lo que dijo el médico. Estrés y conmoción son lo último que necesitas ahora. Tu embarazo es delicado.
Esa advertencia, aunque bienintencionada, se sentía como otra cadena. Su propio cuerpo, el santuario de su bebé sin nombre, se convertía en una prisión que limitaba su búsqueda. Asintió con resignación, viendo cómo Gustavo se sentaba frente al viejo ordenador de la casa.
Las horas pasaron. Gustavo recorrió foros, páginas de negocios, artículos de prensa. La marca Lune existía, era un éxito internacional. Pero no habí