Capítulo 4: Un abrazo.

El camerino estaba lleno de movimiento: trajes colgados, maquillaje desordenado y flores por doquier. Estrella seguía sentada frente al espejo, con las mejillas aún enrojecidas por la emoción. Cynthia se inclinó detrás de ella, pasando sus dedos por el cabello aún húmedo de sudor.

Su hija, por los nervios, había sudado su frente de la emoción.

—Estuviste maravillosa —le dijo en voz baja, apenas audible, como si no quisiera romper el momento—. Lo lograste, mi amor. Fue impresionante lo que hiciste.

Estrella se tensó al instante. Cynthia se adelantó y abrió la puerta solo un poco. En el umbral, parado con una postura torpe y nerviosa, estaba Daniel. Llevaba un ramo de flores en las manos, y detrás de él, discretas, pero con los ojos llenos de emoción, estaban su madre. La abuela paterna de Estrella y Clara, junto a su tía, Alejandra.

Cynthia se levantó justo cuando tocaron suavemente la puerta. Ambas se giraron hacia la puerta.

—¿Se puede? —preguntó, una voz grave y un tanto insegura.

Estrella se tensó al instante. Cynthia se adelantó y abrió la puerta solo un poco. En el umbral, parado con una postura torpe y nerviosa, estaba Daniel. Llevaba un ramo de flores en las manos, y detrás de él, discretas pero con los ojos llenos de emoción, estaban su madre. La abuela paterna de Estrella y Clara, junto a su tía, Alejandra.

Cynthia abrió la puerta sin decir nada. Daniel entró primero y se mantuvo en silencio al principio. Solo miró a Estrella, y luego, sus ojos se posaron en Clara, que estaba revisando en el celular de su madre, qué comida llevarían para la casa. Era gracioso de verla, porque tenía un lazo torcido en la cabeza, debido al lacio de su cabello. Llevaba un vestido vinotinto, que la hacía lucir más hermosa. La pequeña levantó la vista y sonrió, como si no sintiera el peso del momento.

La madre de Daniel se llevó una mano al pecho.

—Ay, Dios mío… —murmuró—. ¡Es preciosa!

Alejandra, su tía, no pudo contener las lágrimas. Dió un paso hacia Clara, y aunque dudó un segundo, se agachó para saludarla.

—Hola, mi amor. Soy tu tía, Alejandra… ¿puedo darte un abrazo?

Clara, con toda su inocencia y por lo amorosa que era, asintió y extendió los bracitos sin miedo. Alejandra la abrazó con fuerza, mientras que la abuela se acercaba también, con los ojos húmedos y la voz temblorosa.

No es que Clara abrazara a todo el mundo, pero si su mamá la dejó entrar sin problema, ¿por qué negarle un abrazo? Era una lógica simple y sencilla. Clara no se daba mala vida por eso. Además, ella fue quien se lo pidió primero.

—Eres igualita a mi hijito cuando era pequeño —le dijo, y besó suavemente su frente—. Soy tu abuela. Me alegra tanto conocerte, Clara.

Cynthia se apartó un poco, dándoles espacio. Miró de reojo a Daniel, que seguía parado, callado y con el ramo temblando en sus manos. Se notaba que no sabía cómo moverse dentro de ese lugar. Su mirada iba de Estrella a Clara, como si no supiera cómo hablarles y cómo deshacer los años de ausencia.

Estrella se levantó despacio y se acercó a su abuela. La abrazó con fuerza, igual que a su tía. Las había querido mucho cuando era pequeña. Las había echado de menos y, honestamente, se alegraba por la visita.

—Me alegra verlas —dijo, sincera.

Pero cuando Daniel intentó acercarse, Estrella se apartó.

—Gracias por venir —le respondió con frialdad, clavándole la mirada—. Pero no estás invitado a quedarte. Las flores son bonitas, puedes dejarlas en la silla.

Daniel se detuvo en seco. Trató de responder, pero su hija ya se había girado hacia Clara, que ya estaban en un inicio de discusión, porque Estrella no quería comer sushi y solo quería ir a casa. El cuerpo le pasó factura con su cansancio y la semana agotadora que tuvo.

—¿Nos vamos a casa? —preguntó, entonces, Clara, ajena a todo.

Estrella asintió. Cynthia se acercó y recogió las cosas en silencio. Tomó las flores que le habían dado sus compañeros, y otras cosas que Estrella no podía cargar.

Alejandra se volvió hacia Daniel, con una mirada que dolía.

—¿Cómo pudiste dejarlas? —susurró, sin necesidad de alzar la voz—. Mírala. Clara es perfecta. Se parece a ti. Mira qué mamá lo dijo.

La abuela de Estrella no dijo nada. Solo abrazó de nuevo a sus nietas, murmurándoles algo al oído, antes de marcharse con lágrimas silenciosas, seguida de Alejandra.

Daniel quedó solo en medio del camerino, con las flores aún en las manos.

Esas, Estrella, no las recibió.

☆☆☆

La casa estaba en silencio. Clara dormía en su habitación, exhausta por la emoción de la noche. Estrella se había duchado y ahora estaba sentada en el sofá del living, con una manta sobre las piernas y el cabello aún húmedo. La televisión estaba encendida, pero en silencio. Solo las imágenes danzaban frente a ella, sin sentido. No le estaba prestando la atención suficiente.

Cynthia salió de la cocina con una taza de té y una botella de gaseosa, se sentó a su lado, entregándole su bebida. Ninguna habló de inmediato. El vapor subía en ella como una tregua.

Era hora de la charla entre mejores amigas.

—Fue una buena noche —dijo finalmente, Cynthia, con la voz suave.

Estrella asintió, pero no sonrió.

—Sí, lo fue. Por nosotras… y por Clara. No por él.

Cynthia la miró de reojo.

—¿Quieres hablar de eso?

—No. Pero voy a hacerlo igual porque no me voy a quedar callada —respondió, con un dejo de rabia contenida—. Apareció como si nada. Como si ocho años de silencio pudieran borrarse con un ramo de flores.

Cynthia no respondió. Sabía que su hija necesitaba sacar todo eso sin filtros.

—¿Sabes qué es lo peor? Que me dolió verlo —continuó Estrella, apretando la botella de gaseosa—. Me dolió más de lo que esperaba. Pensé que ya no me importaba. Que después de todos estos años, lo había superado. Pero no. Lo vi y… fue como si todo volviera: las preguntas, la culpa y el rechazo hacia nosotras.

—No fue tu culpa, Estrella —dijo Cynthia, con firmeza—. Nunca lo fue, cariño.

Estrella la miró. Tenía los ojos húmedos.

—¿Y por qué me dejó, entonces? ¿Por qué desapareció justo cuando más lo necesitaba? Yo era una niña… y sí, Clara tenía y tiene síndrome de Down, ¡pero eso no la hace menos digna de su amor! ¿Sabes cuántas veces creí que un día tocaría la puerta y se disculparía? Pero cuando dejó de doler… me acostumbré a vivir sin él y me centré en mi vida.

Hizo una pausa y respiró hondo.

—Y hoy aparece… con mi abuela y mi tía. Personas que sí me quisieron. Que sí me buscaron y él… parado ahí, con esa cara de buen papá de último momento. ¿Qué quiere? ¿Una medalla por presentarse al show?

Cynthia dejó la taza en la mesa y le tomó la mano.

—No tiene derecho a pedir nada, mi cielo. Pero tú sí tienes derecho a decidir si algún día quieres perdonarlo. No te voy a apurar con esto.

—No lo sé, mamá —susurró, Estrella, con la voz temblando—. Me gustaría decir que algún día lo haré. Pero no puedo prometerlo. Ni a ti, ni a él. Lo miré… y solo sentí vacío. Como si fuera un extraño. Genial que apareció, pero no hay diferencia en nada.

—Eso también es válido, cariño —le dijo Cynthia—. No tienes que cargar con nada que no hayas elegido. No le debes perdón a quien no estuvo y las cosas irán avanzando a tu tiempo y a tu modo.

Estrella se apoyó en el hombro de su madre. El silencio volvió, pero esta vez era más cálido y mucho más necesario.

—¿Sabes qué si me hizo feliz hoy?

—¿Qué?

—Que Clara lo miró y no lo reconoció. Que sonrió como siempre, sin saber quién era. Como si él no tuviera poder sobre ella. A veces, esa enana se parece a mí. No se lo digas, después entra a mi habitación sin mi permiso.

Cynthia sonrió.

—Tranquila, cariño. Él no tiene poder, Estrella. Ni sobre ella… ni sobre ti. No lo veas de esa manera.

Y por primera vez en toda la noche, Estrella se permitió una pequeña sonrisa.

Cynthia suspiró y siguió hablando con su hija. Dos días, y él, destruyó la paz mental de su rebelde favorita. Menos mal que al día siguiente era domingo y tenía pensado ir a casa de sus padres. Necesitaba una dosis de realidad diferente. Por lo menos allá, se podía tomar un par de horas, mientras se relajaba en la piscina y hablaba con sus padres. 

Sí, probablemente, Clara y Estrella pelearían, pero nada que una tierna mirada no las calmara, y pudieran seguir con su ameno domingo de relajación.

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