La cálida cama de Aleckey fue lo primero que sintió Calia al momento de abrir sus ojos. Un mareo atravesó su cabeza volviendo a cerrar sus ojos azules, su cuerpo todavía se encontraba resentido por la valeriana. Su mente tardó en ubicarse, pero cuando logró enfocar su vista, lo primero que vio fue la figura del alfa.
Aleckey se encontraba justo al lado de la chimenea de su habitación, con su espalda ancha y musculosa iluminada por la luz anaranjada del fuego. Su largo cabello rojo estaba trenzado, cayendo sobre su piel marcada por antiguas cicatrices de batalla. Vestía solo un pantalón de cuero, dejando su torso al descubierto, un recordatorio para Calia de su fuerza y de la vida salvaje a la que este pertenecía.
La monja intentó moverse, pero un leve quejido escapó de sus labios al sentir el dolor en sus extremidades. El sonido llamó la atención de Aleckey, quien giró de inmediato, sus ojos verdes posándose sobre ella con intensidad. En ellos había: una mezcla de alivio y furia conte