La astucia del beta y alfa era digna de admirar cuando decidieron cambiar de escondite, ya que sabían que la ira de Aleckey no tardaría en alcanzarlos, y aunque confiaban en que su trampa los había puesto por delante, no estaban dispuestos a arriesgarse. El alfa era implacable cuando se trataba de lo suyo.
Calia se encontraba encadenada dentro de un carruaje cubierto del cual tiraban los dos lobos, ella tenía su cuerpo debilitado y su mente al borde del colapso. Había perdido la noción del tiempo desde que la tomaron prisionera. No sabía cuánto había dormido ni cuánto había estado despierta en ese estado de constante aquella valeriana seguía golpeando su sistema. Lo único claro para la monja era que la estaban moviendo lejos de Aleckey, adentrándose en el territorio neutral donde los lobos desterrados vivían sin ley. Un lugar donde nadie vendría a rescatarla.
—Edran, ¿qué haremos con ella cuando lleguemos? —preguntó, tirando de las cadenas del carruaje como si fuera un caballo en vez