Capítulo 72. Cama vacía, cabeza llena
Me quedé exactamente donde ella me dejó.
Ni siquiera parpadeé.
El silencio de la habitación cayó de golpe, como si todo el lugar hubiese estado conteniendo el aliento mientras Ginevra estaba ahí, y ahora finalmente pudiera exhalar.
Una exhalación que, por cierto, se sintió como un vacío incómodo en el pecho.
—Genial —murmuré, sin saber si reírme o tirarme agua fría—. Ahora sí, no duermo nunca más.
Giré la cabeza apenas para mirar la puerta cerrada… y me dolió el costado.
Perfecto y hermoso.
Cada vez que intentaba funcionar como un ser humano, mi cuerpo me recordaba que tenía la resistencia física de un guisante enfermo.
Cerré los ojos.
El beso seguía ahí. Marcado, persistente. Molesto, en el buen sentido y en todos los otros también.
La boca aún me ardía.
Ese beso no había sido casual, ni automático. Ni práctico.
No era un “cuídate, compañero de cama ocasional”.
Ese beso era otra cosa. Algo que ella iba a negar mañana. Y yo también.
Porque éramos profesionales en fingir que nada signi