Capítulo 73. La excusa perfecta
Una hora después estaba medio dormido, perdido entre el olor a desinfectante y el pitido suave del monitor, cuando escuché pasos decididos acercándose por el pasillo.
La puerta se abrió sin previo aviso.
Ginevra entró como si la habitación fuera su oficina y yo estuviera en su escritorio. Llevaba una bolsa de una cafetería elegante y un vaso grande de café. Y sí, la comida era claramente solo para ella.
—Hola —dijo, dejando sus cosas en la silla mientras ya empezaba a abrir un envase—. Me moría de hambre.
La miré, incrédulo.
—¿Qué haces aquí?
—Vine por mi auto —respondió como si fuera lo más obvio del planeta.
—¿Y decidiste venir aquí a comerte un desayuno-almuerzo?
—Ajá —murmuró con un bocado de croissant relleno—. No pensé que quisieras.
La observé, ofendido en silencio.
—Estoy en un hospital, no muerto.
Ella siguió comiendo, cero culpa.
—¿No ibas a almorzar con tu nona hoy? —pregunté.
Ella dejó el vaso sobre la mesa y suspiró.
—No. Porque mis madres están enojadas conmigo y prefier