Capítulo 40. No me voy a ir
Di dos pasos hacia la puerta. Solo dos.
Y fue suficiente para sentir cómo algo dentro de mí se rompía.
El aire del pasillo era distinto, más frío, más hostil.
No podía dejarla así. No después de verla temblar, no después de todo lo que no había dicho.
Giré sobre mis talones y volví.
Ella seguía donde mismo, de espaldas, con los hombros tensos y las manos apretadas a los costados.
Se dio vuelta apenas cuando me oyó regresar, y su expresión fue una mezcla de sorpresa y cansancio.
—¿Qué haces? —preguntó, la voz áspera.
—Volver —dije, sin pensarlo.
Cerré la puerta detrás de mí con un golpe seco.
—Por más que me eches, no me voy a ir.
Ella negó con la cabeza, incrédula.
—Leandro, no empieces otra vez. No necesito que te quedes.
—No te creo. —Di un paso hacia ella—. Y aunque fuera verdad, igual me quedo.
—¿Por qué haces esto? —susurró, casi sin aire—. No puedes arreglarme.
—No estoy tratando de arreglarte. Solo no voy a dejarte sola cuando más lo necesitas.
Ginevra cerró los ojos un segundo