Capítulo 39. Alguien a quien ella amó
Esperé a que el silencio se asentara.
La noche se deslizaba lenta, con ese aire espeso que deja la calma después del llanto.
Ella seguía recostada junto a mí, el cabello todavía húmedo, las manos jugando distraídas con el borde de la toalla.
Yo no podía dejar de mirarla.
No porque buscara una excusa para hacerlo, sino porque había algo en su quietud que me resultaba inquietante.
Una serenidad falsa, como si hubiera aprendido a sostenerse justo antes de romperse otra vez.
—¿Puedo preguntarte algo? —dije finalmente, rompiendo el aire que parecía dormido entre nosotros.
Ella giró apenas la cabeza, sin levantar del todo la vista.
—Puedes —respondió, con esa voz baja que usaba cuando todavía estaba a medio camino entre el agotamiento y la defensa.
Asentí, tomándome un segundo.
Tenía mil preguntas, pero solo una me quemaba en la lengua.
—¿A dónde fuiste, Ginevra?
Un parpadeo y dio un respiro más largo de lo normal.
—A Londres —contestó al fin.
Londres.
El nombre cayó entre nosotros como una