Capítulo 41. Todo puede esperar
El sonido del agua corriendo se volvió casi hipnótico.
Era como si el baño se hubiera convertido en una extensión de ese silencio que habíamos construido entre los dos, frágil pero necesario.
No sabía cuánto tiempo pasó. Solo sé que no quería moverme, no quería pensar en nada que existiera fuera de esas cuatro paredes.
Cuando el agua se detuvo, el silencio me pareció demasiado grande.
Entonces escuché el ruido del vidrio de la ducha, el suave roce de una toalla, el leve crujido del piso bajo sus pies.
Me incorporé un poco, apoyando la espalda contra el cabecero. Tenía el pecho lleno, no de orgullo ni de deseo, sino de esa calma que solo llega después de una tormenta.
Ginevra apareció en el umbral unos minutos después.
Llevaba una toalla blanca anudada al cuerpo y otra enredada en el cabello.
La luz del baño quedaba detrás de ella, marcando su silueta, y por un instante tuve la sensación de que no pertenecía a este mundo.
Era tan simple y tan perfecta que dolía mirarla.
—¿Sigues ahí? —