Capítulo 15. Una Ginevra radiante
Al día siguiente, Ginevra llegó puntual. La primera cosa que noté fue su semblante: relajado, casi liviano. Su cabello caía con naturalidad sobre los hombros, y había algo en su postura, más erguida, más tranquila, que contrastaba con la tensión del día anterior. Parecía haber dormido bien, y eso se reflejaba en cada gesto.
Me acerqué a su oficina con paso silencioso, sonriendo apenas.
—Buenos días —dije, y ella levantó la vista sorprendida, pero sonriente.
—Buenos días —respondió, con una voz que ya no arrastraba el cansancio de la semana pasada.
Me apoyé ligeramente en el marco de su puerta, observándola unos segundos antes de hablar.
—Parece que ese abrazo… te hizo bien —comenté con una ligera ironía—. Hoy estás radiante.
Ella soltó una risa suave, genuina, y meneó la cabeza, divertida.
—Radiante… —repitió, con tono burlón—. Recuerda que acordamos que nadie se enteraría.
Miré alrededor de la oficina, asegurándome de que estábamos solos. Todo parecía en calma, sin interrupciones.
—N