El reloj marca las 7:42 a.m. cuando Ethan baja las escaleras con el portátil apretado contra el pecho.
Clara está en la cocina, de espaldas, sirviendo café. Su silueta parece más frágil hoy, como si la noche anterior le hubiera robado algo más que el sueño.
Ethan duda un segundo antes de hablar, como si el acto mismo de romper el silencio fuera una declaración de guerra.
—Clara —dice, y su voz ya lleva en sí un peso que hace que ella se gire de inmediato—. Tienes que ver esto.
Clara deja la taza sobre la encimera, apenas rozando el borde. Sus dedos tiemblan ligeramente. No por miedo, sino por agotamiento. Cada revelación ha sido una pieza más en la demolición de su mundo. Pero lo que ve en la pantalla va más allá de todo lo que había imaginado.
—¿Son… transferencias? —pregunta con el ceño fruncido, acercándose.
Ethan asiente. Sus ojos no se apartan del archivo abierto. Una hoja de cálculo cifrada, recién desbloqueada con la ayuda remota del jefe de informática. Números. Fechas. Cuen