La madrugada cae sobre la ciudad como un manto pesado, y en la casa de Ethan reina un silencio tenso, apenas interrumpido por el leve zumbido del ventilador del portátil abierto sobre la mesa del comedor.
Ethan y Clara están sentados uno junto al otro, hombro con hombro, los rostros iluminados por el brillo frío de la pantalla. No se dicen nada al principio. Solo observan, recorriendo carpetas con nombres anodinos que esconden verdades peligrosas.
Ethan pasa de un archivo a otro, sus dedos moviéndose rápido sobre el trackpad, pero cada clic retumba como un tambor sordo en el pecho de Clara.
Ella se abraza a sí misma, con una manta sobre los hombros, mientras el frío que siente no tiene nada que ver con la temperatura ambiente. Es el escalofrío de los secretos revelados.
—Mira esto —murmura Ethan, ampliando una fotografía.
Es Lara. Pero también es Clara. Está vestida como ella, peinada como ella, en un evento donde Clara jura que nunca estuvo.
Hay más imágenes: en la oficina, en un