El despacho es elegante, silencioso y frío. Como ella.
Margaret está sentada al otro lado de la mesa de roble oscuro, flanqueada por dos abogados que no pasan de los cuarenta, perfectamente vestidos y con expresión imperturbable. Ethan llega solo. No quiso llevar a nadie. No confía en nadie más que en su propia rabia. La misma Margaret se puso en contacto con él la noche anterior, justo cuando la trabajadora social se marchó de su casa sin poder encontrar nada que pusiera en peligro la vida de una niña de cinco años. Margaret quería hablar con él, por eso lo había contactado. —Gracias por venir —dice Margaret con una sonrisa que no le llega a los ojos—. Pensé que preferirías hablar esto en privado antes de que el juzgado intervenga. —¿Esto? —Ethan se inclina hacia adelante, sin quitarle la mirada de encima—. ¿Te refieres a tratar de arrebatarme a mi hija mientras su madre está en coma? —Estoy preocupada por Ava —responde ella, pausadamente—. No es personal. Es precaución. Clara no dejó ninguna constancia legal de tu vínculo con la niña. Tú lo sabes mejor que nadie. Los abogados colocan una carpeta sobre la mesa. Contiene informes, copias de actas, incluso una lista de personas cercanas a Clara que podrían testificar en contra de Ethan si es necesario. —Mi cliente —dice uno de los abogados— busca la custodia temporal con la intención de brindarle estabilidad a la menor en estos momentos críticos. El señor Knight apenas ha estado presente en su vida. Y en cambio, la señora Stone sí ha ejercido un rol constante como abuela. Ethan aprieta los puños sobre sus rodillas. Sabe que legalmente tuvieran un punto, si lo que estuvieran diciendo fuera cierto, pero él descubrió que Ava no la conocía el mismo día que apareció en el hospital. A pesar de ello, Clara nunca lo reconoció como padre en ningún papel oficial. Ava lleva el apellido de su madre y, por tanto, el de su abuela. —¿Sabes lo que Clara pensaba de ti? —pregunta Ethan, clavando los ojos en Margaret—. Que eras una experta en destruir todo lo que toca. Que usabas la palabra "familia" como un disfraz. Clara y él no habían tenido mucho tiempo juntos, pero la noche en la que se conocieron, compartieron mucho y dejó bien claro sus diferencias con su madre. Margaret no se inmuta. Es como si llevara años ensayando esta escena. —Y sin embargo, soy la única que ha estado ahí desde el nacimiento de esa niña. ¿Puedes decir lo mismo, Ethan? ¿O estás simplemente intentando redimirte porque la vida te dio una segunda oportunidad que no mereces? La frase le cala hondo. Y le duele más porque algo de verdad lleva. Pero también lo enfurece. —Lo que merezco o no lo va a decidir un juez, si llegamos a eso —dice, poniéndose de pie—. Pero te advierto algo, Margaret: no me voy a ir. No esta vez. No sin luchar. Ella inclina apenas la cabeza, como si fuera un cumplido. —Entonces luchemos. De regreso en el departamento, el silencio lo recibe como un abrazo tenso. Ava está dormida en el sofá, medio cubierta con una manta, el oso entre los brazos y la libreta de Clara abierta sobre el pecho. Una página escrita a mano se asoma entre sus deditos. Ethan se acerca despacio. No quiere despertarla. Lee el fragmento sin tocarlo: “Si algún día no puedo estar contigo, quiero que recuerdes esto: Eres valiente. Eres suficiente. Y mereces amor que no se esconda.” Siente que el suelo se le desarma bajo los pies. Se agacha, aparta con cuidado un mechón del rostro de Ava y la observa dormir con esa mezcla imposible de fragilidad y fuerza que solo los niños poseen. —No voy a dejar que te quiten lo que es tuyo —susurra. No sabe si se lo dice a ella, a Clara o a sí mismo. Tal vez a los tres. Pero lo jura, ahí mismo, con el peso del miedo y la determinación en el pecho: No se la van a llevar. Aunque tenga que convertirse en alguien que nunca pensó ser. Aunque tenga que pelear en un mundo que le es ajeno. No va a fallar. Jamás. Un suave quejido rompe el silencio. Ava se mueve entre las mantas, frotándose los ojos con las manitas pequeñas. Ethan se endereza de inmediato, con ese impulso torpe y repentino de quien aún no se acostumbra a cuidar a alguien más. —¿Ya es de noche? —pregunta Ava, con la voz rasposa del sueño. —Sí. Dormiste un buen rato. Ella asiente, mirando a su alrededor como si intentara recordar dónde está. Luego baja la vista a la libreta que aún sostiene y la acaricia como si fuera algo frágil. —¿Tú también extrañas a mi mamá? —murmura. Ethan traga saliva antes de responder. —Mucho. Ava lo observa por un instante. Luego se sienta despacio, envuelta aún en la manta, y se acerca a él sin decir una palabra. Se apoya en su costado, con la cabeza sobre su brazo. —A veces soñaba que tenía un papá —susurra—. Pero en los sueños siempre estaba lejos. Como en un barco. O en otro país. Ethan sonríe con tristeza y le pasa un brazo por los hombros. —Tal vez solo estaba perdido —dice—. Pero ya no. Ella se acomoda mejor contra su pecho. —¿Y ahora te vas a quedar? —Sí. Pase lo que pase, voy a quedarme. Ava no responde, pero aprieta su mano con fuerza. Y en ese gesto silencioso, Ethan siente que —por primera vez— alguien lo eligió de verdad.