Finalmente, el vehículo se detuvo frente a la vivienda. Elian apagó el motor y descendió del coche sin demora, dispuesto a asistir a Nadia con su abuela. Ella, antes de abrir la puerta trasera, dirigió su atención hacia su familiar, que aún dormía apaciblemente, con la cabeza recostada sobre su hombro. Con ternura, le acarició la mejilla mientras le susurraba suavemente.
—Abuela... ya llegamos. Estamos en casa.
La anciana tardó unos segundos en reaccionar, pero al fin abrió lentamente los ojos, desorientada al principio, hasta que reconoció el entorno. Nadia le ofreció una sonrisa tranquila y, con la ayuda de Elian, logró incorporarla con cuidado.
Entre los dos, la guiaron fuera del automóvil. Nadia la sujetaba con delicadeza del brazo, prestando atención a cada uno de sus pasos, sabiendo que el más mínimo descuido podía significar un tropiezo.
Ya en la entrada de la casa, con la abuela de pie y estable, Nadia se detuvo por un momento y dirigió la mirada a Elian con una expresión de s