Determinada a comprender qué estaba ocurriendo, Nadia decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Su abuela no debía estar en la casa, y mucho menos sola. Por mucho que intentara convencerse de que aquello podía tener una explicación lógica —un alta médica anticipada, un error de comunicación, algún cambio de planes de último momento—, en el fondo de su pecho algo le decía que no, que nada de eso era posible.
Por eso, sin perder más tiempo, se dirigió hacia la escalera y comenzó a subir los peldaños, decidida a buscar respuestas. El corazón le latía con fuerza, más por una creciente inquietud que por el esfuerzo.
Solo había una persona que podría darle una respuesta inmediata: Jared.
Al llegar al final del pasillo, se detuvo frente a la puerta de la habitación de su tío. Nadia alzó una mano con lentitud, dispuesta a tocar, con el corazón golpeándole las costillas como si presintiera que algo estaba a punto de revelarse. Sin embargo, antes de que sus nudillos rozaran la superfici