A la mañana siguiente, un estruendo inusual sacudió la tranquilidad de la casa y despertó a Nadia de manera abrupta. Aquello no se parecía en nada a los sonidos habituales que solían marcar el inicio del día.
El cielo aún estaba teñido de un gris pálido, señal de que el amanecer apenas comenzaba. Nadia, acostumbrada a ser la primera en despertar, frunció el ceño, desconcertada. No era hora de que alguien más estuviera despierto, mucho menos haciendo ruido en la sala. Un mal presentimiento se apoderó de ella, un presentimiento que la impulsó a incorporarse con rapidez y dirigirse, aún descalza y con el cabello revuelto, hacia el origen del sonido.
Sus pasos apresurados la llevaron al salón principal, donde la escena que encontró la dejó completamente perpleja. Sentada con tranquilidad en el sofá, con una manta ligera cubriéndole las piernas, se encontraba su abuela.
Aquella mujer frágil, que por prescripción médica debía permanecer internada en el hospital bajo constante vigilancia, co