Después de aquella noche escandalosa en la que la dignidad de Hazel quedó hecha trizas frente a las miradas del mundo entero, la familia entera pareció congelarse. Lo cierto es que Jared jamás presentó una demanda de divorcio, ni se mencionó oficialmente que su matrimonio con Hazel hubiese terminado. Pero ella tampoco regresó. No volvió a pisar la mansión, ni a ver a su esposo ni a su hija.
Sabía que no tenía cara para hacerlo. ¿Con qué justificación podía mirar a Jared a los ojos? ¿Cómo podía presentarse ante Indira después de lo que había hecho? No tenía ninguna excusa válida, y ese silencio cobarde fue su única respuesta. Hazel simplemente desapareció.
Jared, por su parte, enterró su furia en el trabajo, dejando que las especulaciones se apagaran por sí solas. Oficialmente, seguían casados. En la práctica, Hazel era como un fantasma más de esa casa: alguien que había existido, pero cuya presencia ya no se permitía nombrar.
Pasaron los días. Nadia, mientras tanto, se sumía cada vez m