Indira quedó pasmada, como si las palabras de Nadia le hubieran golpeado con la misma fuerza que la bofetada que acababa de darle. El descaro de aquella muchacha le resultaba intolerable, y sus facciones se tensaron de pura indignación.
—¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera? ¿Con qué descaro mencionas eso delante de mí? ¿Qué demonios te ocurre, Nadia? —exclamó, temblando de rabia, con los ojos muy abiertos por la incredulidad.
Antes de que pudiera añadir algo más, Jared intervino con un tono que no admitía oposición.
—Indira, sal de la habitación. Estoy hablando con Nadia —ordenó, mirándola con una severidad que le recordaba cuál era su lugar.
Pero Indira no cedió.
—Yo también tengo mucho que decirle a Nadia, papá —replicó con terquedad, apretando los labios como si quisiera escupir veneno.
—La decisión de que ella se casara con Elian fue mía —declaró Jared—. Y admito que habría sido el error más grande de mi vida. A pesar de que huiste, Nadia… —dijo, ahora dirigiéndose a la jove