Indira no dejaba de golpear la puerta con insistencia y el eco de los golpes se mezclaba con sus exigencias.
—¡Papá, sal de ahí ya mismo! ¡No voy a quedarme tranquila hasta que salgas! ¡Abre la puerta de inmediato! —insistía, cada vez con mayor fuerza, como si estuviera dispuesta a derribar la madera si no obtenía respuesta.
Dentro de la habitación, Jared se quedó quieto, sin apartarse de su lugar. No se apresuró a responder ni a abrir, sino que se mantuvo pensativo. Cuando por fin habló, lo hizo con un tono de autoridad.
—No tengo idea de lo que insinúas —replicó, sin alterar su semblante—. Pero no tolero que me hables así, Indira. Recuérdalo: soy tu padre, y merezco respeto.
Las palabras no detuvieron a la muchacha, que arremetió con más dureza.
—¡Justamente porque eres mi padre te exijo que no hagas una locura! No arruines tu nombre metiéndote con esa perra —escupió con rabia, dejando claro que lo que le preocupaba no era la situación de Nadia, sino la figura de Jared.
Nadia escuch