A veces volver a casa no significa volver a un lugar, sino a una versión de ti que habías dejado olvidada.
El apartamento huele a encierro, a polvo, a rutina vieja. Hace semanas que no piso este lugar, pero mi cuerpo lo reconoce de inmediato. Mis pasos me llevan directo al sofá sin pensarlo. Me siento y, por primera vez en días, no tengo que fingir que estoy bien.
Aquí no hay prensa. No hay cámaras. No hay Liam… o eso pensé.
Lanzo mi bolso al suelo y me quedo mirando las paredes vacías. El portarretrato de Camila en la repisa. La vela derretida que prometí reemplazar. El cojín que cosí cuando no tenía dinero para uno nuevo.
El eco de mi antigua vida me golpea como una ola.
Es curioso… Pensé que estar aquí me daría claridad, pero lo único que siento es una punzada en el pecho. Como si hubiese retrocedido, como si estuviera buscando refugio en un lugar que ya no me contiene.
Y sin embargo, no me arrepiento de haber venido. Necesitaba este aire, este silencio. Necesitaba recordarme