La noche cae sobre la ciudad como una manta cálida. En el interior del hospital, el silencio es distinto al del mundo exterior. Aquí pesa. Aquí respira. Aquí, los segundos se sienten más largos, como si el tiempo supiera que lo que ocurre entre estas paredes cambia vidas.
Camila duerme. La observo con una mezcla de alivio y ansiedad. Su rostro luce más tranquilo, menos pálido. Sus pestañas se mueven suavemente, como si soñara con algo bonito.
Me acerco y le acomodo una mechita de cabello detrás de la oreja.
—Volviste —susurro, sin que pueda oírme—. No sabes cuánto te necesitamos.
Un golpe suave en la puerta me hace girar.
Es Liam.
Apoyado contra el marco, con una expresión que no puedo leer del todo. Lleva la camisa blanca arremangada, el primer botón desabrochado. El cabello un poco despeinado. Su mirada va directo a la mía, sin rodeos.
—¿Tienes un momento?
Asiento, dejando a Camila en manos del sueño.
Salimos en silencio. No me dice adónde vamos, y yo tampoco pregunto. Camino a su l