Nunca pensé que volver a este lugar me haría sentir tantas cosas a la vez. El apartamento está igual… y, al mismo tiempo, completamente distinto. Quizá no por lo que tiene dentro, sino por lo que yo llevo conmigo ahora. La última vez que crucé esta puerta, creía que la vida se trataba de controlar, de tener siempre un plan, de no dejar que nadie se acercara demasiado. Y, sin darme cuenta, aquí fue donde todo eso empezó a romperse.
Zoé entra detrás de mí, cargando a Amelia contra su pecho. Camila corre unos pasos adelante, mirando a su alrededor como si explorara un museo.
—¿Aquí vivías, Zoé? —pregunta con esa curiosidad que no sabe disimular.
—Aquí… todo comenzó —responde ella, sonriendo con un matiz de timidez.
Recuerdo perfectamente el día en que ella cruzó por primera vez esa puerta. Tenía esa mirada desafiante que parecía decir “no me vas a intimidar”, y una maleta que pesaba más que su cuerpo entero. En ese momento, era mi esposa por contrato, mi… solución temporal. No sabía