El silencio de la casa se rompe con un portazo.
—¡Zoé! —grita Liam desde la entrada, con una furia que jamás le he visto.
Estoy en la cocina, con las manos aún húmedas del agua fría con la que intento calmarme. Me estremezco. El tono de su voz me recorre la espalda como un látigo.
Liam aparece, sin corbata, la camisa arrugada, las venas marcadas en su cuello.
—¿Qué sucede? —pregunto, aunque ya lo intuyo.
—El señor Caldas, del consejo directivo, me acaba de llamar. —Sus ojos arden—. “Si esto resulta ser un matrimonio fraudulento, Liam, podrías perder tu puesto. No solo tu puesto, tu reputación, tus derechos sobre la empresa”. ¿Te imaginas lo que eso significa?
Trago saliva. No sé qué decir. Me siento culpable, aunque ni siquiera he hecho nada.
—¿Y yo qué tengo que ver?
—¡Todo! —explota—. Tú estás en el centro de esto igual que yo. Cada vez que sales con esa mirada de “yo no pedí esto”, haces que todo parezca una mentira. ¿Estás segura de que aún quieres esto?
Sus palabras me atraviesan