La cena en casa de Víctor no era una casualidad. Bruno lo sabía desde que recibió la invitación con ese tono seco que siempre escondía otras intenciones. Daniela había cocinado personalmente, y eso ya era un mensaje. Cuando Bruno llegó, la miró con esa expresión que mezclaba paciencia, sarcasmo y una sonrisa torcida.
—Daniela, querida —la saludó con voz grave, mientras le entregaba una botella de vino.
—Bruno Machiatti —respondió ella, con una sonrisa helada—. Qué milagro que aceptaste con una agenda tan apretada. Me hubiese encantado tener a Meli aquí.
—Pronto podremos venir, ella quiere visitar a tus hijos… —Daniela soltó el aire y asintió indicándole una silla—. ¿Por cierto, dónde están?
—En sus habitaciones, tienen que dormir temprano.
Bruno asintió y miró a Víctor, que se divertía de ese interrogatorio.
—¿Siempre es así? —preguntó en dirección de su amigo y él negó.
—No, es peor —Y Daniela lo fulminó con la mirada—. Por favor. Solo quiero una cena normal.
Los tres se sentaron, un