Había pasado un año desde la muerte del Nonno Lorenzo, pero la villa Machiatti no parecía estar de luto. El tiempo, lento y sabio, había hecho lo suyo. Los jardines estaban floreciendo de nuevo.
Un año desde que la vida se partió en dos, y luego, como por instinto natural, comenzó a armarse de nuevo.
Italia les había dado algo más que tierra y legado: les ofreció raíz.
Por la mañana, la mansión se despertaba al ritmo de la rutina. Melissa salía temprano hacia el estudio de diseño, donde ya dirigía proyectos, y se había vuelto íntima de Gianni. De hecho, su nombre era marca y talento en todos sus diseños.
Ángela, por petición de Bruno, se había quedado en la mansión con Aurora, y para Melissa, era lo mejor que le había pasado. Convivir con ellas era siempre reír, y tener diversión en sus ratos libres, sobre todo, porque Aurora y Ángela, habían hecho un vínculo muy especial con Luca.
Luca, ya estaba en la escuela. Una escuela muy costosa, pero que había quedado como la horma para el zapa