Mundo ficciónIniciar sesión…..Berenice Jones…..
Desperté empapada en sudor, con la cabeza pesada y un calor interno que me dejaba sin aire. Intenté incorporarme, pero el cuerpo me daba señales claras de que la fiebre estaba tomando control.
Me asusté. No podía quedarme de brazos cruzados. Tomé el paño que había dejado cerca de la cama me abrigué los hombros y salí del cuarto de descanso, con una mezcla de escalofríos y nerviosismo.
El hotel estaba en silencio. Crucé el vestíbulo sin que nadie me viera y caminé tres cuadras de prisa, buscando alivio en cada bocanada de aire helado de la madrugada. Cuando llegué al hospital, apenas pude pedir ayuda.
—Estoy embarazada de gemelas… y me siento muy mal —murmuré mientras la enfermera me tomaba del brazo.
Me hicieron pasar rápido. Me acomodaron en una camilla y una doctora me revisó, moviéndose con esa urgencia tranquila que solo tienen los que trabajan en emergencias.
—Tienes fiebre alta —dijo mientras colocaba una frazada sobre mis piernas—. Vamos a hidratarte y monitorear a tus bebés.
Cerré los ojos un momento, intentando respirar con calma. Pero apenas empecé a relajarme, escuché pasos decididos y un tono de voz desconocido.
—¿Berenice Jones?
Abrí los ojos y me encontré con una mujer alta, elegante, con el cabello recogido en un moño impecable estaba a un par de metros de mí, sosteniendo su bolso con firmeza. Sus ojos me estudiaron como si ya supiera todo sobre mí.
—¿Quién es usted? —pregunté intentando mantenerme serena.
La mujer se acercó lo suficiente como para que solo yo la escuchara.
—Soy Sara. Y sé exactamente quién eres tú… y lo que estás esperando.
—No sé de qué habla —respondí con rapidez.
Sara soltó una risa baja, como si mi respuesta la divirtiera.
—Claro que lo sabes. Estás embarazada del CEO. No te molestes en negarlo, tengo la información completa.
No, no… no podía ser que alguien más lo supiera.
—Usted está confundida —insistí—. Yo no tengo nada que ver con nongún hombre.
Sara se inclinó un poco, como si quisiera perforarme con la mirada.
—Mira, no estoy aquí para hacerte la vida imposible. Estoy aquí para evitarte un desastre. Si Caleb descubre quien está gestando a sus hijas, las va a reclamar. No te quedará nada… Absolutamente nada. Y con tu situación… —deslizó la mirada hacia mi uniforme de camarera—. Ya sabes lo que pasaría. Es mejor que huyas ahora.
Mis manos se aferraron al borde de la camilla sin que me diera cuenta.
—No tengo forma de irme a ningún lado —susurré antes de pensarlo—. Apenas tengo dónde dormir.
Sara sonrió como quien acaba de escuchar exactamente lo que quería.
—Ahí es donde entro yo. Puedo sacarte del país. Un solo pasaje, de ida a un lugar lejos, muy lejos, donde él no pueda encontrarte ni quitártelas.
Me quedé en silencio, luchando contra la sensación de que estaba aceptando un trato del que no volvería jamás. Pero la idea de perder a mis hijas me desgarraba desde adentro. Y ella lo sabía. Podía verlo en su mirada satisfecha.
—¿Qué gana usted con esto? —pregunté, aunque ya intuía la respuesta.
Sara acomodó su bolso con elegancia.
—Libertad para que Caleb deje de obsesionarse con encontrarte. Y un camino despejado para… lo que salga entre él y yo.
Ahí estaba, su verdadera intención, puro interés.
Respiré hondo. No tenía fuerzas para enfrentar más problemas. Ni dinero. Ni casa. Ni nadie.
Solo sabía que debía proteger mis bebés.
—Está bien… —dije con la voz apagada por el agotamiento—. Aceptaré ese pasaje.
Sara asintió triunfante.
—Perfecto. Mañana mismo lo gestiono. Descansa, te conviene recuperarte para viajar. Iré al hotel a buscarte a medio día, no me falles.
Guardó su celular y salió del cubículo muy contenta.
Yo cerré los ojos de nuevo, pero no encontré tranquilidad. No sabía si había hecho lo correcto.
Solo sabía que, cada vez que pensaba en ese tal Evans, las mellizas parecían esconderse dentro de mi vientre, como si ellas también sintieran que un peligro enorme se acercaba.
….
Apenas salió por la puerta principal del hospital, Sara se ajustó el abrigo y respiró hondo, satisfecha.
La noche estaba fría, pero la sonrisa que llevaba era casi victoriosa. Caminó unos pasos hasta colocarse bajo el techo del pasillo exterior, donde la luz tenue no alcanzaba a mostrar la expresión cruel que se formaba en su rostro.
Sacó el teléfono de su bolso y marcó un número conocido.
—Despiértate —dijo apenas escuchó que alguien atendía—. Tengo novedades.
Del otro lado se escuchó una queja adormilada, pero Sara no esperó.
—Conseguí convencer a la mujer —anunció con un tono triunfal—. Y adivina quién es.
Hizo una pausa para aumentar el dramatismo.
—Nada más y nada menos que una camarera del hotel de Caleb.
El silencio al otro lado se quebró con una exclamación incrédula.
—Sí —continuó Sara, caminando por la acera como si desfilara—. Llevaba el uniforme puesto. Él muy ingenuo no tiene idea de lo cerca que ha estado de sus hijas todo este tiempo. ¿Te imaginas? Una simple camarera… respirando el mismo aire que mi Caleb.
Sara soltó una risa suave, venenosa.
—Pero tranquila —añadió—. La voy a borrar del mapa antes de que alguien sospeche.
Se detuvo un momento bajo un árbol y miró hacia la calle, como si ya estuviera planificando cada detalle.
—Necesito que me gestiones un pasaje sin regreso —ordenó—. Al lugar más apartado del planeta, no me importa cuál. Mientras más lejos, mejor.
La persona al otro lado preguntó algo, y Sara rodó los ojos con fastidio.
—Le daré alguna miseria de dinero y desaparecerá feliz —sentenció—. Está desesperada. No tiene dónde ir, menos aún cómo defenderse. Será pan comido.
Sara sonrió al ver pasar un taxi, como si la ciudad celebrara con ella.
—A Caleb lo controlo yo… —sus labios se curvaron con malicia—. Llorará un día o dos por la pérdida de mi embarazo, y nunca sabrá la verdad. Al final, la vida siempre acomoda las piezas donde deben estar.
La voz del otro lado volvió a intervenir, pero Sara ya estaba cerrando el trato.
—Hazlo. Mañana mismo. Quiero ese pasaje listo antes del mediodía.
Colgó sin esperar respuesta. Guardó el teléfono en su bolso y observó la entrada del hospital con una sonrisa satisfecha, como si estuviera despidiendo a una víctima que nunca volvería a ver la luz del día.
Y con pasos tranquilos, casi ligeros, Sara se marchó, convencida de que acababa de asegurar su futuro al lado del hombre que tanto deseaba.







