La mañana siguiente Jeremías despertó antes que Macarena. Se sentía dichoso y feliz de verla a su lado nuevamente. Ahora estaban casados y juntos.
Luego de ducharse, bajó las escaleras para preparar el desayuno. Debía encontrar una empleada que se ocupara de ellos durante esa semana que estarían en Ginebra. Aunque de ser por Jeremías, se quedaría para siempre allí y se olvidaría de aquel oscuro pasado, lleno de mentiras, traición, dolor y tragedia en Madrid.
Minutos más tarde, subió las escaleras con la bandeja entre las manos, cuidando de no hacer ruido. El aroma del café recién hecho llenaba el pasillo. Al llegar a la puerta, la empujó con el pie y entró al dormitorio. Macarena seguía dormida. Él la contempló por algunos segundos. Se veía hermosa, su oscura cabellera lucía desordenada sobre la almohada y su cuerpo, ligeramente cubierto entre las sábanas, reflejaban una hermosa obra de arte al estilo realista.
Se inclinó sobre ella y rozó sus labios con un beso lento.
—Buenos días,