Mundo ficciónIniciar sesiónMacarena sintió un vacío en su estómago y pronto las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas sin que ella pudiera contenerlas.
¡Era verdad! Todo lo que aquel hombre desconocido le había dicho, era verdad. Su prometido iba a casarse con otra mujer. Y esa mujer, era justo la rubia con la que se topó en la boutique. Ahora todo empezaba a encajar a la perfección. Fue una ilusa al creer que en el momento que vio el coche de Lucas parado frente a la tienda él iba por ella. No, no iba por ella. Estaba allí por la rubia, por aquella arrogante, hermosa pero sobre todo adinerada mujer. “La señorita Isabella Berlusconi… es una de las mujeres más adineradas del país” las palabras del diseñador resonaron en su cabeza al igual que las de aquel desconocido “No tienes el porte de una mujer adinerada”. Ambos tenían razón, Lucas Fontanelli no se casaría con una chica pobre como ella, con una simple fotógrafa. ¿Pero por qué? ¿Por qué precisamente a ella? ¿Por qué hacerle creer que la amaba en verdad? La bocina de los coches y la voz en el altoparlante obligándola a desocupar el estacionamiento, la trajeron de regreso a la realidad. Puso en marcha su coche y salió de aquel lugar. Macarena intentaba buscar en su mente, una explicación sensata de lo que le estaba pasando. Algo que tuviera sentido de porque la eligió a ella. ¿Qué pretendía en realidad? Sin embargo, cada respuesta en su cabeza la llevaba directamente a la misma hipótesis. ¡Lucas se burló de mí! —Lucas Fontanelli eres un ser despreciable y cruel. —dijo apretando los dientes conteniendo el llanto. La morena condujo por varios minutos, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el dolor que sentía y por un profundo resentimiento en contra de él que empezaba a surgir de forma inesperada dentro de ella. —¿Por qué, por qué me hiciste esto? —Se preguntó una y otra vez.— Debo encontrarlo, debo encontrar a ese hombre. Necesito saber quién es y dónde vive. Él sabe toda la verdad. —murmuró entre sollozos con la voz entrecortada. Cuando Macarena miró su reloj, ya habían transcurrido un hora desde que salió en su coche. Su estómago como un reloj, rugió de hambre. Revisó en su bolsillo, aún le quedaba algo de dinero. Detuvo el coche frente a una tienda de comida rápida y bajó para comer algo. Entró al restaurante y tomó asiento. Lo primero que vio en el mostrador fue una ración de churros. —Me da uno de esos y le pone todo el sirope de chocolate que pueda. —suspiró con pesar. Ya no tenía que cuidarse de engordar un poco, ya no tendría que usar aquel ajustado vestido. Tuvo que respirar para que las lágrimas no volvieran a escapar de sus ojos. Tomó la ración de churros, pagó con el billete y se dispuso a salir. —¡Señorita, su cambio! —dijo el hombre detrás del mostrador. Macarena volvió el rostro y con una sonrisa forzada le respondió: —Quédate con el cambio. Subió a su coche, y mientras conducía devoró uno a uno los churros. Minutos más tarde, entró a su apartamento. Fue hasta su habitación y se tiró en la cama. Estaba exhausta de tanto llorar y pensar. Sólo quería cerrar los ojos y al abrirlos descubrir que todo había sido un mal sueño, sólo eso. Cerró los ojos lentamente y sin darse cuenta se quedó dormida. Mientras tanto, en la lujosa mansión Fontanelli, Inés le ordenó a su sirvienta, servir la mesa. —Creo que tu tío, ya no va a venir. —suspiró. —No te preocupes, por él mamá. —dijo Lucas, tomando la mano de Isabella y besándola con ternura— siempre ha sido un resentido y un envidioso. No sé para qué lo invitaste a mí boda. —Es mi hermano, y también es tu tío. Además se supone que desde que tu padre murió, él prometió cuidar de nosotros. —Yo no necesito que Jeremías… Lucas no terminó de hablar cuando los pasos de Jeremías resonaron dentro del comedor. —¿Hablabas de mí, sobrino? —dijo acercándose a la silla y colocando sus manos firmes sobre los hombros de su hermana.— Hola hermanita, disculpa la tardanza. Inés levantó la cabeza y miró a su hermano con una sonrisa serena. —¡Qué bueno que llegas, Jeremías! —No podía perderme este momento familiar —El tono de su voz estaba cargado de sarcasmo. Luego con lentitud, Jeremías giró el rostro hacia su sobrino y lo saludó con una sonrisa forzada. —¡Felicidades, sobrino! Veo que finalmente elegiste casarte con Isabella. Siempre han hecho una linda pareja. —Gracias tío, —respondió Lucas rodeando con su brazo a su prometida— Isabella es la mujer perfecta. Jeremías aplanó sus labios y tomó asiento en el extremo contrario quedando frente a frente con su hermana. Durante el almuerzo, Jeremías sólo habló con su hermana de temas triviales. De su viaje, de sus negocios en el exterior, de cosas irrelevantes para él. Sin embargo, cada vez que podía lanzaba indirectas sobre la lealtad y el verdadero amor. Indirectas que aunque Lucas intuía, no entendía del todo. —Cuando estaba desayunando en una cafetería, me encontré con la antigua asistente de la empresa, la señorita… —Hizo una pausa y le lanzó la mirada a Lucas:— ¿Cómo es que se llamaba? —No sé a quién te refieres. —respondió con fastidio— Han pasado tantas por la empresa. —Marlene, creo que se llama Marlene. Lucas tragó en seco, agarró la copa de vino y bebió un trago, mientras mentalmente se desahogada en contra de su tío. “Malnacido siempre has querido destruirme pero te vas a quedar con las ganas”. Él sabía perfectamente quién era Marlene. Una más de las chicas que conformaban su lista de citas de una noche. Y también sabía, lo que su tío pretendía con aquel comentario; crear un conflicto entre él y su prometida. La tensión entre ambos siempre había existido. Sobre todo cuando su padre murió y en vez de dejarlo a él, a cargo de la empresa familiar, prefirió dejar a su tío. —Creo recordarla —dijo disimulando su enojo.— Pero ya no trabaja para nosotros —añadió, dejándole en claro a su tío, que aquella relación era inexistente. Sin embargo, Jeremías tenía guardado un as bajo su manga y no pensaba dejar de usarla: —¡Está embarazada! —soltó sin más.






