Mundo ficciónIniciar sesiónJeremías la miro de pie a cabeza antes de responder.
—¡Sí, soy yo! ¿Podemos hablar? —preguntó él con voz ronca. Macarena cubrió con una de sus manos a la altura de su pecho y con la otra, la parte alta de sus muslos. —¿Qué quiere, eh? ¿Acaso es un acosador? —preguntó ella con tono acusador. El hombre la tomó del brazo y la miró fijamente a los ojos. —Necesito hablar contigo sobre Lucas Fontanelli. La morena forcejeó con él hasta lograr liberarse de su agarre. —No vuelva a tocarme —advirtió. —No te sientas tan importante —dijo abriéndose paso e irrumpiendo dentro del apartamento, sin su consentimiento. Ella frunció el ceño y caminó detrás de él. —¡No tiene derecho a entrar así a mi casa! ¿Quién se cree que es? —replicó cruzándose de brazos. Jeremías volvió el rostro hacia ella y por segunda vez, sus ojos recorrieron la anatomía de la hermosa mujer. —Deberías agradecer que he venido a decirte la verdad. —¿De qué verdad habla? Ni siquiera lo conozco. —habló ella. —La verdad sobre Lucas Fontanelli —esgrimió él. —¿Y usted que sabe sobre mi prometido? —preguntó con fastidio.— seguramente está buscando pretexto para estar aquí. La expresión en el rostro de Jeremías, se volvió rígida y fría. La tomó del antebrazo y la atrajo con fuerza hacia él. —Mira niña tonta, no vine a perder el tiempo contigo. Macarena se estrelló contra su pecho, y sus rostros quedaron tan cerca que ella podía sentir su respiración pesada. —Lucas te está engañando. Va a casarse con otra mujer. —¿Pero qué estás diciendo, tío? —dijo ella poniendo sus brazos en el pecho de él apartándose. —Conozco a Lucas, él va a casarse en unos días con su prometida. Una mujer adinerada como él. Macarena soltó una risa amarga. —¡Qué estupideces dice! —replicó en tono burlón— Lucas y yo vamos a casarnos el fin de semana. —Si no me crees, pregúntaselo. Pregúntale quién es Isabella. Macarena negó con su cabeza de forma incrédula. Aquel hombre debía estar inventando toda aquella mentira para castigarla por el incidente en la cafetería. —No le creo. Y no pienso creerle. —levantó la mano de forma brusca para echarlo de su apartamento cuando el nudo de la toalla se deshizo dejándola desnuda frente a él. —Vaya no pensé que fueras tan fácil —replicó él en tono sarcástico. Macarena tomó la toalla del piso y como pudo se cubrió ligeramente los pechos y su feminidad. —Lárguese ahora mismo de mi casa —dijo apretando los dientes con fuerza.— ¡Váyase! —gritó llena de ira. Jeremías tragó en seco, podía ver en sus ojos el dolor que sentía aquella hermosa chica. Conocía perfectamente esa expresión de rabia que provenía de la negación ante una cruel verdad. Él mismo había pasado por ello, cuando seis meses atrás, su prometida Carol Fuenmayor murió días antes de su boda. —Lo siento —apenas murmuró y salió del apartamento. Macarena azotó la puerta con fuerza, se apoyó en el mesón de mármol de la cocina y comenzó a llorar. Su corazón latía acelerado y su respiración era entrecortada. —Es mentira, Lucas no puede estar mintiendo. —susurró— Él me ama, yo lo sé. Con desesperación buscó su teléfono para llamarlo. Tenía que confirmar que aquel hombre mentía. Fue entonces cuando recordó que aquel delincuente le había robado todo. Se dejó caer en el sofá, hundiendo su rostro entre sus manos. —No, eso no es verdad. No puede ser verdad. Fuera, en medio del pasillo, Jeremías se mantuvo de pie, con ganas de entrar nuevamente al apartamento y consolarla. —Eres una basura, Jeremías. Debiste decirle la verdad. Pobre chica. Su móvil comenzó a sonar de pronto, sacó el teléfono de su bolsillo, el nombre de su hermana. Bajó las escaleras mientras atendía la llamada: —Sí, en unos minutos estoy allí. —respondió con voz grave. Jeremías subió al coche y le ordenó al chofer llevarlo directamente a la mansión de su hermana. Aunque intentara no pensar en lo ocurrido con Macarena segundos atrás, le era imposible. Aquella mujer era hermosa, perfecta y sobre todo de buenos sentimientos. Cuando finalmente, Macarena reaccionó, se levantó del sofá y se dirigió hasta la habitación. Comenzó a vestirse con rapidez, tomó un vestido de jeans, sus botines negros. Buscó en el cajon de la cómoda el dinero que llevaba ahorrado para comprar su nueva cámara fotográfica Sony Alpha 7 IV y salió de su apartamento. Apenas puso un pie fuera del edificio, tomó un taxi y fue directamente a la empresa de su prometido. Tenía que hablar con Lucas y convencerse de que aquel hombre estaba mintiendo. En un momento de racionalidad, pensó ¿Por qué iba a mentirle? ¿Qué interés tenía ese hombre de inventar algo como eso? Sin embargo, otra parte de ella, justificaba la acción como una simple venganza de su parte. —Le dije el nombre de mi prometido, todo el mundo conoce a Lucas. Quizás lo ha inventado todo. —murmuró tratando de convencerse a sí misma. El taxi se detuvo frente a la empresa. Ella descendió del automóvil. Subió las escaleras. Las puertas de vidrio se abrieron y Macarena entró. Sabía perfectamente donde quedaba la oficina de su prometido. Ya él la había llevado un par de veces a aquel lugar. Entró al ascensor sintiendo cómo su corazón latía con fuerza al pensar en lo que estaba a punto de hacer. ¿Y si era cierto? ¿Y si Lucas realmente la había estado engañando? Más de una vez dudó de que todo aquello fuera real. De que esa historia digna de una telenovela, donde una chica pobre y virgen conoce a un joven multimillonario, él se enamora perdidamente de ella y terminan casados, pudiera existir fuera de la pantalla y que ella fuera la principal protagonista. El ascensor se detuvo, Macarena caminó hacia la oficina. La asistente de Lucas, al verla se acercó a ella. —Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle? —Quiero hablar con el Sr Lucas Fontanelli. —¿Quién lo busca? —preguntó la atractiva secretaria. —Su prometida, Macarena Hernández. —pronunció con voz firme. La asistente subió una de sus cejas y le sonrió de forma burlona. En ese momento, Macarena sintió, por primera vez, que aquella frase “su prometida” parecía haber perdido sentido y credibilidad para ella. —Señorita Hernández, mi jefe no se encuentra en este momento. Si desea dejarle algún mensaje, se lo haré llegar. —No, gracias. —apenas alcanzó a decir. Macarena salió de aquel lugar, más llena de dudas, que de certezas. Minutos más tarde llegó a la oficina de tránsito. Necesitaba pagar la multa y recuperar su coche. Luego de esperar más de media hora en una fila, finalmente llegó su turno. Se paró de frente a la taquilla, le entregó al empleado quien la miró con una sonrisa ladeada. —¿Qué? —preguntó con tono hostil. El hombre se encogió de hombros pero sin dejar de mirar, pues era muy guapa y le gustaba que los hombres se fijaran en ella. Macarena pagó la multa. Por suerte el dinero que llevaba ahorrado, le permitió cumplir con la multa y así recuperar su automóvil. Tomó el recibo y salió de aquel lugar. Fue hasta el estacionamiento donde se encontraba el lote de vehículos que habían sido retenidos por alguna infracción y retiró su coche. Una vez dentro de su carro, acarició el tablero con un dejo de melancolía. Aquel coche era el recuerdo más hermoso que conservaba de su padre, se puso a llorar, aunque sabia que nada iba a cambiar dentro de aquel automovil. —Lo logré, logré recuperarte. —murmuró con una sonrisa en sus labios cuando ya se calmo y se dio cuenta de que volvia a tener aquel coche en sus manos. Cuando lanzó la vista hacia el asiento del copiloto; se percató de la extraña caja que había recibido esa mañana. La tomó entre sus manos y lentamente tiró de la cinta dorada, deshaciendo el lazo que la adornaba. Levantó la tapa con curiosidad. Dentro había un lote de tarjetas de invitación para una boda. Entrecerró los ojos con dudas. No recordaba haber elegido ese diseño. Tomó una de las tarjetas y la abrió. Macarena sintió un vacío en el estómago y sus ojos se abrieron como platos, cuando vio en letras doradas, el nombre de su prometido, Lucas Fontanelli, y a su lado: —¡¿Isabella Berlusconi?!






