2/ Un gilipollas arrogante

El fiscal de tránsito se acercó a ella, arrancó la multa de la infracción y se la entregó. 

—Debe pagar la multa si desea recuperar su coche. —dijo con voz ronca:— Y debe ser antes de hoy en la tarde o tendrá que esperar hasta el lunes. 

Macarena tiró de la hoja de la multa casi arrancándosela de las manos al oficial. 

El hombre se arregló la gorra y caminó hacia la calle con su silbato en la mano, mientras Macarena veía con asombro el precio de la infracción. Con la cantidad de dinero que debía pagar le daba hasta para comprar un coche nuevo. Y lo habría hecho de no ser por el valor sentimental de aquel carro. 

Respiró hondo, metió la mano en su cartera buscando con afán su teléfono. Hasta que finalmente lo encontró. 

—Será mejor que llame a Lucas para que venga a buscarme. —murmuró. 

Luego de tres intentos, se dio por vencida. En el preciso momento en que iba a cortar la llamada, alcanzó a oír su voz:

—Maca…

Estaba a punto de terminar la frase cuando el móvil de ella emitió un breve zumbido y se apagó.

—¡Descargado! —exclamó con frustración y enojo. Luego levantó la vista hacia el cielo como un reclamo: —¿Vamos hombre, qué te he hecho para merecerme esto? 

Como si fuera poco y de forma inesperada, comenzaron a caer gruesas gotas de lluvia encima de ella. La morena echó a andar por la acera llena de frustración pero resignada a su mal día. No sólo, no tenía como llamar un taxi para movilizarse, sino que tampoco tenía como comunicarse con su prometido. 

Despues de varios minutos caminando, finalmente encontró un café, entró para ver si lograba encontrar a alguien que le facilitara un movil para llamar o al menos un cargador para su móvil. 

Iba a entrar cuando sintió que alguien tiraba de su brazo y le arrebataba la cartera. 

—¡Hey! Devuélveme mi cartera hijo de p… —terminó recostada a la pared, mirando al chico que con rapidez se perdía en medio de los transeúntes. 

Se llevó las manos a la cabeza hundiendo sus dedos en su cabello como una señal clara de frustración. Las lágrimas descendieron por sus mejillas sin que pudiera contenerlas. Aquel día parecía ser una broma de mal gusto para ella o un principio de la apocalipsis. 

El aroma del café, la envolvió de inmediato. Sintió cómo su estómago se retorcía de hambre, pero había perdido todo, incluso el dinero que llevaba en su cartera.

Pronto la lluvia comenzó a arreciar. Macarena intento guarecerse debajo del pequeño toldo que se encontraba en la entrada de la cafetería. 

De pronto, un coche se detuvo y de él bajó apresuradamente un hombre de porte elegante y muy bien vestido. Sus miradas se cruzaron por un segundo. Se giró hacia ella, sacó de su bolsillo un billete y se lo dio. Ella frunció el entrecejo e intentó devolvérselo.

—No, no soy…

—Ah, ¿es muy poco? —dijo el hombre y sacó dos billetes más y tomándole la mano de forma imperativa, colocó encima el dinero  y luego le cerró la mano en un puño.— Con esto será suficiente.

Macarena sintió impotencia pero a la vez un ligero escalofrío cuando sintió sus dedos tibios rozando el centro de su mano. 

—Pero este tío que se ha creído —replicó con enojo. 

Se dispuso a entrar y devolverle el dinero cuando lo vio sentado junto a una hermosa mujer. Ella se veía triste y parecía estar llorando, por lo que Macarena retrocedió y nuevamente el aroma del café le recordó que ni había desayunado aún. 

—Bien, —dijo encogiéndose de hombros— me tomaré un café. Que más puede pasarme si ya este hombre, me ha confundido con una indigente. 

Se acercó al mostrador, pidió un latte y tomo asiento en una de las mesas cercanas a la entrada frente al ventanal. Desde allí, podía ver la tienda de trajes de novia, bebió un sorbo de la bebida humeante, mientras analizaba el caos de aquel día. 

A lo lejos vio, un coche detenerse frente a la tienda, era el coche de su prometido.

—¡Lucas! —se levantó intempestivamente de la silla— de seguro ha venido a buscarme —murmuró y justo cuando se disponía a salir tropezó con alguien.

El contenido del vaso, fue a parar directamente sobre el costoso traje de desconocido que acababa de confundirla con una limosnera. 

—Disculpe señor. Yo…

—Inepta —espetó sacudiendo su traje con una mano y con la otra la sostuvo del antebrazo. 

Pero Macarena, no prestó mucha atención a lo que estaba sucediendo entre ellos. Su mente estaba en el coche de su prometido. 

—Mire lo que ha hecho con mi traje —dijo y tomándola de ambas muñecas mientras la sacudía con fuerza. 

Macarena lo miró aterrada, aún así trato de soltarse, pero no pudo. 

—Suélteme señor. Ya le he pedido disculpas. Usted se cruzo conmigo. —replicó ella intentando defenderse de la acusación de aquel hombre. 

—Gente como tú no debería salir a la calle. —dijo soltándola abruptamente. 

Macarena dio dos pasos atrás. Se frotó una a una sus muñecas, y siguió con la mirada al arrogante hombre. Salió detrás de él a pesar de que seguía lloviendo, sólo le importaba alcanzar a Lucas.

Cuando volvió el rostro hacia la boutique, el coche de su prometido ya no estaba. 

—¡No, porfavor! —gritó indignada.— Todo por culpa de ese gilipollas —escupió sin más. 

El hombre dentro del coche sonrió al verla gruñir. 

—Torpe pero hermosa —susurró.

El chofer alzó la vista y viéndolo desde el retrovisor le preguntó. 

—¿A casa de su sobrino?

—Sí. —respondió con una sonrisa ladeada.— Veamos que ha preparado mi querida hermana para celebrar la boda de su primogénito. 

—Como usted ordene señor. 

El coche se puso en marcha, mientras Macarena se quedaba en medio de la acera, sintiendo como la lluvia la mojaba y viendo aquel lujoso coche perderse de vista. Miró el billete arrugado y húmedo  que le quedaba y echó a andar hasta la estación del metro bus. 

—Sólo espero que me lo acepten —murmuró mientras lo sacudía e intentaba alisarlo frotándolo contra la manga de su sudadera. 

Mientras caminaba hacia la estación, un auto se detuvo a su lado. El sonido del motor le hizo volver la cabeza  justo cuando el vidrio de la ventanilla comenzó a bajar. Entonces vio asomar la cabeza por la ventana: el arrogante y molesto culpable de que no hubiera podido alcanzar a  su prometido.

—Sube —ordenó con voz firme desde el asiento trasero.

—Lárguese —gruñó ella sin detener el paso.

—No seas terca, sube.

—Déjeme en paz —replicó, visiblemente enojada.

Él volvió el rostro hacia el chofer, un leve gesto bastó para que el hombre pusiera el coche en marcha. 

De pronto, ella salió corriendo detrás y comenzó a gritar:

—¡Espere! Aguarde. 

No lo hacía porque quisiera obedecerlo, sino porque, al fin y al cabo, él era el culpable de que no hubiera alcanzado a su prometido. 

El automóvil se detuvo, él abrió la puerta y Macarena subió. 

—Veo que eres un poco terca. 

Ella se cruzó de brazos.

—Y usted arrogante y gilipollas. 

Jeremías sonrió sorprendido por la actitud irreverente y grosera de la chica. Se acomodó en el asiento, bajó un poco la ventanilla de su coche y encendió un cigarrillo.

—¿Hacia donde te diriges? —preguntó él. 

—Puede dejarme en la estación del metro bus. 

—¿Vives allí? —preguntó él de forma burlona.

Macarena frunció el ceño y volvió el rostro hacia él.

—¿Quién se cree que es? —increpó:— No soy una indigente, soy fotógrafa y voy a casarme con uno de los hombres más adinerados de Madrid.

Jeremías dejó escapar una carcajada. 

—¡Y a ver, quién es ese afortunado que va a casarse con una chica de tu estatus, grosera y rebelde! —cuestionó con una sonrisa burlona.

—Lucas Fontanelli. —respondió ella con firmeza.

La sonrisa de Jeremías se borró de forma instantánea de su rostro.

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