Mundo de ficçãoIniciar sessão—¿Qué dijiste? —preguntó Jeremías con voz grave.
—Sí, soy la prometida de Lucas Fontanelli —replicó ella meciendo sus hombros. —Debes estar bromeando. —cuestionó él. —No, no estoy bromeando. —contestó ella con firmeza:— Y si no hubiese sido por que usted me impidió salir de la cafetería, en vez de estar empapada y en su coche estaria justo con mi prometido. —Creo que estás equivocada. No tienes el porte de una mujer adinerada. Macarena lanzó una carcajada, mientras Jeremías respiraba hondo intentando controlar su ira. —Pues, las chicas pobres también tenemos derecho a casarnos con un príncipe —esgrimió ella. —Dime a dónde vives. —insistió él con voz firme— Te llevaré ahora mismo a tu casa. Su voz era rígida y sonaba mucho más grave que minutos antes de ella mencionar a su prometido. Macarena le indicó la dirección donde vivía. Él apenas asintió, después de ello, el silencio que vino fue ensordecedor. Sólo podía escucharse la lluvia golpeando los cristales y el parabrisas limpiando el agua que caía de forma persistente sobre el vidrio. Macarena no volvió a decir ni una sola palabra y se distrajo viendo la lluvia caer sobre la carretera. Jeremías en cambio, consumió su cigarro y podía notarse la tensión en su mandíbula y hombros. Su posición rígida y uno de sus pies se movía golpeando el tapete debajo de su asiento. ¿Por qué había cambiado de actitud tan rápido? ¿Por qué parecía enojado o nervioso? Se preguntó Macarena. A fin de cuentas no tenía porque importarle lo que pasara con él. Una vez que el coche se detuvo frente al viejo edificio, Macarena se dispuso a bajar, no sin antes darle las gracias a aquel desconocido para ella. —¡Gracias por traerme! —dijo con voz suave. —No fue nada. —respondió él en tono hostil. Luego hizo una pausa y mientras ella descendía del coche, la detuvo con una pregunta.— Aguarda… ¿Cómo te llamas? Ella volvió el rostro hacia él y con una sonrisa forzada, le contestó: —Macarena. La morena bajó del coche y caminó hasta la puerta del edificio mientras él la seguía con la vista. Apenas ella entró al edificio, Jeremías golpeó con fuerza el apoyabrazos de la puerta. —Sabandija, es una maldita sabandija. —gruñó:— ¿Cómo puede engañar a esa chica? —Se refiere a su sobrino. Jeremías no le contestó a su chofer, sólo lo observó con enojo. —¿Qué piensa hacer? —No lo sé aún. Pero no permitiré que Lucas siga haciendo de las suyas. —Si me permite opinar… No debería involucrarse en eso, señor. —No he pedido tu opinión, José. —Disculpe, jefe —contestó el chofer en voz baja.— ¿Vamos donde su hermana o prefiere ir a otro lugar? —No, llévame al hotel, luego veré si voy a casa de mi hermana . Macarena subió las escaleras hasta llegar a su apartamento. Buscó debajo del tapete de la puerta la llave de repuesto que dejaba guardada para cuando Lucas fuera a verla en horas de la madrugada. Abrió la puerta, entró al apartamento, luego cerró la puerta y de una vez comenzó a desvestirse, se quitó la sudadera, el pantalón de mezclilla que parecía pegado a su piel. Se quedó sólo con sus bragas y camiseta de algodón. Necesitaba ducharse y quitarse el agua de lluvia que le había caído encima antes de pescar un resfriado. Cuando cruzó el pasillo, sintió un fuerte retorcijón en el estómago. No había comido en todo lo que iba del día y el hambre comenzaba a incomodarla. Se llevó una mano al abdomen y respiró despacio, tratando de calmar la incómoda sensación, pero no lo consiguió. —¡Joder! —exclamó y terminó regresándose hasta la cocina. Abrió el refrigerador, tomó la bandeja con jamón y queso y lo colocó encima del mesón de mármol. Luego volvió hasta el freezer para sacar la jarra de jugo. Caminó hasta el armario y tomó un paquete de pan junto a la mantequilla de maní. Mientras se preparaba el sándwich, recordó la mirada intensa de aquel hombre y como su piel se erizó cuando apenas sus dedos rozaron la palma de su mano. Aquel recuerdo la perturbó, al punto, que provocó en su interior, sensaciones inesperadas. Sacudió la cabeza de un lado a otro para apartar aquel pensamiento intrusivo de su mente. —¿Por qué debo estar pensando ese gilipollas arrogante? Tomó el plato con el sándwich y el vaso con jugo. Se dirigió hasta la sala y se sentó en el sofá, justo cuando iba a darle el primer mordisco, recordó las palabras del diseñador “tendrás que quedarte sin comer hasta la noche de la boda”. Miró el apetitoso sándwich que parecía gritarle “Cómeme, Macarena, vamos cómeme”. —¡No puede ser! —exclamó con pesar—. Me estoy muriendo de hambre y ni un puto sándwich me puedo comer. “O terminaré comprando un vestido en una tienda virtual” —repitió en forma burlona, las palabras del modista. Llena de frustración, dejó el plato encima de la mesa de centro, tomó sólo el vaso de jugos y se levantó del sofá. Mientras se dirigía al baño para ducharse, terminó de desvestirse. Entró a la ducha, abrió la regadera y apenas el agua tibia cayó sobre su cuerpo, revivió la misma sensación de aquellos dedos tibios rozando la palma de su mano. Sus pezones se endurecieron de inmediato tras el recuerdo de aquel hombre. Macarena frotó su rostro con ambas manos dejando que el agua limpiara sus oscuros pensamientos. Quería borrar de su mente la imagen de aquel hombre que había conocido en la cafetería. No entendía por qué lo recordaba justo en ese momento, ni por qué le costaba tanto apartarlo de sus pensamientos. Cerró los ojos un instante y respiró con fuerza. No podía seguir pensando en eso. Tenía que concentrarse en su boda, en los últimos preparativos, en todo lo que aún quedaba por hacer. Se enjuagó el cabello, tomó el jabón y continuó con su rutina intentando no dejar espacio para ese tipo de distracciones. Sin embargo, seguía haciéndole un poco de ruido, la forma en que actuó al oír el nombre de su prometido. ¿Acaso lo conocía? ¿Había alguna razón para que reaccionara de esa manera? Minutos después, tomó la toalla, se envolvió en ella y salió del baño. Entró a su habitación, se sentó en la cama y tomó el cepillo de peinar. Mientras desenredaba su cabello, el timbre sonó. Se levantó apresuradamente. Debía ser Lucas, terminó frotando su cabello con ambas manos, se miró al espejo y salió envuelta en la toalla. —Un momento, —gritó desde adentro mientras se agachaba y con la mano recogía la ropa que había dejado regada por todo el apartamento.— Ya voy mi amor. Una vez que terminó de recoger todo, lo escondió debajo de la consola que estaba junto a la entrada. Respiró profundo, tratando de calmarse, tomó la llave de encima del mesón. Finalmente abrió la puerta con entusiasmo mostrando una sonrisa gigantesca que se desvaneció al instante, cuando vio aquel rostro frente a ella. —¿Usted?






