Rebeca Miller
El sol apenas comenzaba a colarse por las rendijas de la ventana cuando me encontré de pie frente a la estufa, removiendo lentamente los huevos revueltos. El aroma del café llenaba la cocina, pero no conseguía despertarme del todo. No por el sueño, sino por la maraña de pensamientos que giraban en mi mente como una rueda sin freno.
¿Estoy haciendo lo correcto? ¿Es buena idea volver a esa casa? ¿Llevar a mis hijos a la mansión Schmidt después de todo lo que vivimos ahí? Eva, Damián y Aiden merecen saber la verdad, pero también merecen ver a su padre. Aiden, especialmente... ¿Cómo reaccionará cuando lo vea?
Sentí un nudo en el estómago. No solo por mis hijos. Era también él. Carlos. Su beso. Su mirada. Esa noche había removido demasiadas cosas dentro de mí. Cosas que creía haber enterrado.
—¡Dios mío! —susurré sin querer, mientras apagaba la estufa.
—Se puede saber en qué piensas? —dijo mi madre a mi lado. Me había estado observando, apoyada contra el mesón con una taza de