Capítulo 144

Me senté en la silla fría de la sala de espera, pero la quietud era una mentira. Mi mente era un huracán que no respetaba muros ni pasillos. El corazón me latía con una taquicardia sorda; cada latido era un recordatorio de que mi Charles estaba luchando al otro lado de esa puerta. No habían dicho nada. El silencio de los médicos era una tortura; el silencio de mi vida, un eco.

Me levanté. Ya no podía seguir sentada. Mis rodillas estaban tan rígidas como mi voluntad. Caminé, un paso tras otro, marcando un ritmo que solo existía en mi cabeza. El suelo pulido del hospital reflejaba la luz blanca y dura, y yo me veía allí, una sombra que se arrastraba en medio del caos ajeno. Suspiré, una exhalación pesada que no liberaba ni un gramo de la tensión que sentía.

El mundo de un hospital es un microcosmos de dramas. Pasaban enfermeras con el rostro de la urgencia, médicos con la fatiga tatuada en el ceño. Escuché un sollozo ahogado en un rincón y supe que alguien acababa de perder una batalla.
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