Capítulo 135

— Charles Schmidt

Rebeca se inclinó y me rozó la mejilla con la ternura de siempre. Su mano quedó apoyada un instante, cálida, y me miró como si pudiera leer el desastre que me rondaba por dentro.

—Amor —dijo con voz suave—, sé que todo esto es muy duro para ti, pero piensa en el bienestar de Andrés.

La suya era la sensatez que tantas veces me había sostenido. La miré y sentí la tensión que aún me latía en el pecho.

—Lo siento, Rebeca —respondí con firmeza—, pero no vas a conseguir que cambie de opinión. Amelia irá presa. Ya me encargué de todo; solo espero la llamada de uno de mis hombres para saber si todo está listo para que la detengan. —Mi voz tembló apenas, pero no retrocedí—. Esa mujer tiene que pagar por el daño que nos hizo. Ya lo verás.

Mi padre, sentado en un sillón con el gesto de quien no se sorprende ante mis convicciones, ladeó la cabeza y dijo con esa mezcla de ironía y paciencia que reserva para sus hijos:

—Es inútil hablar contigo. Cuando se te mete algo en la cabez
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