Capítulo 107

— Charles Schmidt

Llegué a la mansión con el peso de la noche todavía clavado en los hombros. Dejé las llaves en el recibidor y caminé directo a la sala, donde mi padre estaba sentado leyendo las noticias con esa tranquilidad que siempre lo ha caracterizado. Al verme, levantó la vista y, con la voz grave que solo él tiene, me preguntó:

—¿Cómo está mi nieta?

Me senté a su lado sin poder evitar un nudo en la garganta.

—Está bien, papá —contesté—. Eva nos dio un buen susto anoche, pero ya está fuera de peligro. Pensé lo peor.

Mi padre colocó la mano sobre mi hombro. Ese gesto, simple y firme, me sostuvo más de lo que cualquiera podría imaginar.

—Hijo —dijo con calma—, sé que no es fácil ser padre. Pero lo estás haciendo bien.

La voz de mi padre era un bálsamo y, sin embargo, en mi pecho había un fuego que no apagaba. Él me miró con esos ojos que evalúan, que detectan cuando alguien intenta engañarse a sí mismo, y preguntó lo que debía preguntar:

—Dime… ¿Cómo está Rebeca?

Sentí una lágrim
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