Rebeca Miller
Vi cómo Charles se marchaba. La puerta se cerró detrás de él y, con ese sonido, sentí que algo dentro de mí se partía en dos. Me quedé de pie, en medio de la sala, mirando el vacío, tratando de controlar la respiración, pero era inútil… El dolor en mi pecho era enorme, tan denso que casi no podía moverme.
Sabía muy bien hacia dónde iba. No necesitaba que me lo dijera.
Seguro fue ella quien lo llamó. Amelia. Su inmenso amor, la mujer por la que siempre estuvo dispuesto a desafiarlo todo, incluso a mí.
Claro que iría detrás de ella, como siempre.
Y mientras tanto, yo me quedaría aquí… muriéndome de celos.
Sí, lo admito.
Muriéndome de celos.
Pero no pienso darle el gusto de verme destruida. No, otra vez.
Estaba tan sumida en mis pensamientos que no escuché cuando Aiden se me acercó. Sentí su manito tocar la mía y, al girar, sus ojitos serios me observaron con esa madurez que a veces me asusta.
—Mamá, no te vayas —dijo con voz firme, como si tuviera que protegerme—. Esta cas