Rebeca Miller aceptó casarse con Charles Schmidt creyendo que, con el tiempo, él podría llegar a amarla. Él nunca le prometió amor, pero le ofreció un mundo: lujo, estabilidad y una familia. Ella aceptó, aferrándose a la ilusión de que su entrega incondicional bastaría para conquistar su corazón. Sin embargo, la realidad fue mucho más dura. Durante años, Rebeca vivió sola entre paredes lujosas, criando a sus trillizos mientras Charles se ausentaba cada vez más, sumergido en su empresa… y en su pasado. Todo terminó de romperse cuando, en su aniversario de bodas, Rebeca llegó a su oficina para sorprenderlo y lo encontró besando a Amelia, la mujer que siempre fue el verdadero amor de Charles. Pero eso no fue lo peor: junto a ellos había un niño pequeño. El hijo de ambos. Ese descubrimiento fue la última herida. La traición final. Y aunque aún lo ama con cada parte de su alma rota, Rebeca decide por fin lo impensable: divorciarse. "Me prometió un mundo… pero nunca me dio su corazón" es una historia de amor no correspondido, de renuncias silenciosas y decisiones valientes. Una mujer que deja de rogar amor y comienza a pelear por su libertad. Porque hay corazones que, aunque rotos, aún tienen el valor de seguir latiendo… pero por sí mismos. Pero lo que ella no sabe es que su partida dejará un vacío en Charles tan profundo que lo enfrentará consigo mismo por primera vez. ¿Será capaz de redimirse? ¿Podrá el amor renacer entre las cenizas del orgullo, el dolor y los secretos? En esta historia de segundas oportunidades, solo la verdad y la pasión podrán decidir el destino de dos corazones heridos.
Leer másRebeca MillerDespués de salir de la mansión Schmidt, llegué a una casa con un nudo en la garganta. Estacioné el auto frente a aquella imponente fachada que una vez me pareció un sueño… y que ahora se sentía como una prisión. Crucé la puerta y, al poner un pie en la sala, los recuerdos me golpearon sin aviso.La primera vez que llegué allí como esposa, Charles me miró y, con esa voz firme y segura que tanto me intimidaba, me dijo:—Esta es tu casa, Rebeca. A partir de hoy, aquí criarás a mis tres hijos.Recuerdo haber mirado a mi alrededor. Todo era perfecto, reluciente, impoluto… pero también frío, sin alma. Lo miré con una mezcla de esperanza y miedo.—Charles… ¿Por qué cambias tanto? ¿Qué fue lo que te hizo convertirte en este hombre? ¿Por qué eres tan frío… tan distante?Su expresión se endureció. Caminó hacia mí, y de pronto me tomó del brazo con fuerza.—De verdad ¿quieres saber por qué cambié? ¿Para qué? ¿Para burlarte de mí?—¡Charles, suéltame! Me estás lastimando…Pero su mi
Rebeca MillerEstaba sentada en la sala, mirando a mis trillizos jugar. Sus risas llenaban la casa, pero mi corazón estaba en silencio, como si presintiera la tormenta que se acercaba. El celular vibró sobre la mesa. Era Rosa, mi mejor amiga.—¡Hola, Rosa! —Contesté con una sonrisa ligera.—Rebeca... no sé cómo decirte esto, pero tienes que ver este video. Está rodando por todas las redes.Sentí un nudo en el estómago.—Está bien. Envíamelo. Lo veré y te llamo luego.Colgué la llamada con un presentimiento oscuro. Al abrir el mensaje, el vídeo comenzó de inmediato. En él, Charles salía de su empresa... con Amelia y un niño. Los tres iban tomados de la mano, como una familia perfecta. Ella sonreía, él no se veía molesto... y el niño, con una sonrisa tan parecida a la de Charles, jugaba con naturalidad.Sentí que el mundo se me venía abajo. Las lágrimas comenzaron a caer, imparables. Esa imagen... era la estampa de lo que yo siempre quise ser para él, pero nunca fui.—Este es el momento
Charles SchmidtLa mañana había comenzado como cualquier otra: informes, balances, contratos sin firmar y el constante murmullo del aire acondicionado en mi oficina. Estaba revisando una carpeta cuando sonó el intercomunicador.—Señor Schmidt —dijo la voz de Sandra, mi secretaria—, hay alguien que desea verlo. No tiene cita, pero insiste.Fruncí el ceño. —¿Quién es?—Amelia, señor.Guardé silencio por unos segundos. ¿Amelia? Después de todo este tiempo…—Déjala pasar —ordené.La puerta se abrió, y allí estaba. Amelia. Radiante, elegante, segura. La misma mujer que me robó el aliento en la universidad, la que debía ser mi esposa… y no Rebeca. Pero no venía sola. A su lado, un niño pequeño, de no más de tres años, caminaba tomado de su mano. Vestía un suéter azul, traía una tableta entre sus bracitos y sus ojos… maldita sea, sus ojos eran iguales a los míos.—Hola, Charles —dijo ella con suavidad—. Veo que no ha cambiado.Me recosté en el sillón. —Corta la nostalgia, Amelia. ¿Qué haces
Rebeca Miller Dos años antes.... Si me hubieran dicho que un par de líneas rosadas podían volverse el punto de quiebre de mi vida, no lo habría creído. Pero ahí estaba yo, dos meses después de haberme entregado a Charles Schmidt por primera vez, caminando de un lado al otro en mi habitación, apretando con fuerza una prueba de embarazo que aún no me atrevía a usar. Tenía el corazón galopando, la boca seca y un nudo en la garganta. Respiré hondo y entré al baño. Me senté con las piernas temblorosas, recogí un poco de orina y coloqué la muestra sobre el pequeño test blanco. Me levanté, me subí la ropa interior con movimientos torpes y me lavé las manos mientras mi reflejo en el espejo me devolvía la mirada. ¿Quién era esa chica? Desde aquella noche con Charles, apenas lo había visto. Tal vez porque no podía enfrentarlo, no sabía qué decirle, no sabía qué pensaba él de mí. Tal vez simplemente me escondía porque me daba vergüenza. Volví a mirar la prueba y ahí estaban: dos líneas
El jardín de la mansión Schmidt estaba decorado como salido de una revista: globos pastel, mesas con manteles de encaje, una carpa elegante donde los niños jugaban entre inflables y música suave. Todo parecía perfecto.Excepto yo.Sentada en una silla playera, con un vestido beige que ocultaba mi melancolía, observaba a mis trillizos correr felices entre los hijos de los amigos de Charles. Reían. Se lanzaban por los toboganes inflables, gritaban su felicidad… y por un momento, sentí que algo en mí se quebraba.Mi mirada se perdió entre los adornos, pero mi mente estaba en otro lado. Con cada carcajada de mis hijos, sentía una punzada de culpa… y de decisión. Hoy era el segundo cumpleaños de los trillizos. Y su padre aún no había aparecido.—¿Charles no te ha llamado? —La voz grave de mi suegro me sacó de mis pensamientos.Lo miré, forzando una sonrisa—. Seguramente surgió algo en la empresa —mentí. Pero por dentro sabía la verdad: Charles no vendría. No le importábamos.Don Augusto me
Prólogo – El aniversario que lo destruyó todo Por Rebeca Miller La casa estaba en silencio. Solo el tic-tac del reloj en la pared rompía la calma. Caminaba de un lado a otro en nuestra habitación, deteniéndome cada tanto para acomodar el mantel blanco que había elegido con tanto cuidado. La mesa estaba perfecta: platos de porcelana, copas relucientes, pétalos de rosa rojos que caían sobre el cristal como si fueran caricias atrapadas en el tiempo. Las velas titilaban suavemente, proyectando sombras largas y cálidas. El aroma de su platillo favorito aún flotaba en el aire. Me había puesto esa lencería roja. La más atrevida. La que pensé que encendería algo en él. El espejo me había devuelto una imagen que intentaba ser sexy, provocativa… pero debajo del encaje, yo solo era una mujer desesperada por salvar un matrimonio que nunca debía empezar. Globos dorados. Cintas. Un pequeño cartel que decía: “Feliz primer aniversario” . Todo tan tierno, tan ingenuo. Como yo. Los nueve. Los d
Último capítulo