Rebeca Miller aceptó casarse con Charles Schmidt creyendo que, con el tiempo, él podría llegar a amarla. Él nunca le prometió amor, pero le ofreció un mundo: lujo, estabilidad y una familia. Ella aceptó, aferrándose a la ilusión de que su entrega incondicional bastaría para conquistar su corazón. Sin embargo, la realidad fue mucho más dura. Durante años, Rebeca vivió sola entre paredes lujosas, criando a sus trillizos mientras Charles se ausentaba cada vez más, sumergido en su empresa… y en su pasado. Todo terminó de romperse cuando, en su aniversario de bodas, Rebeca llegó a su oficina para sorprenderlo y lo encontró besando a Amelia, la mujer que siempre fue el verdadero amor de Charles. Pero eso no fue lo peor: junto a ellos había un niño pequeño. El hijo de ambos. Ese descubrimiento fue la última herida. La traición final. Y aunque aún lo ama con cada parte de su alma rota, Rebeca decide por fin lo impensable: divorciarse. "Me prometió un mundo… pero nunca me dio su corazón" es una historia de amor no correspondido, de renuncias silenciosas y decisiones valientes. Una mujer que deja de rogar amor y comienza a pelear por su libertad. Porque hay corazones que, aunque rotos, aún tienen el valor de seguir latiendo… pero por sí mismos. Pero lo que ella no sabe es que su partida dejará un vacío en Charles tan profundo que lo enfrentará consigo mismo por primera vez. ¿Será capaz de redimirse? ¿Podrá el amor renacer entre las cenizas del orgullo, el dolor y los secretos? En esta historia de segundas oportunidades, solo la verdad y la pasión podrán decidir el destino de dos corazones heridos.
Leer másLlegué al club con la respiración agitada y los pensamientos revueltos.Estacioné el auto de mamá en el mismo lugar de siempre. Tomé mi bolso, cerré con fuerza la puerta y caminé hacia el vestíbulo, sin mirar a nadie.Ya era tarde.Lo sabía.Me puse el uniforme de inmediato: la clásica falda negra, la camisa blanca de manga larga y ese pañuelo rojo que adornaba mi cuello con un lazo perfecto. Un intento inútil de elegancia en medio de la tensión que cargaba por dentro.Apenas salí al pasillo principal, una de mis compañeras murmuró con desdén:—Por fin llegas… Ponte a trabajar.La miré. Me mordí la lengua.Tenía razón.Sin contestación. Tragué mi orgullo y seguí.Fui directo a la barra. Uno de los encargados me hizo una seña.—Mesa seis. Lleva esto. Y ten cuidado, es uno de los mejores clientes.Asentí con seriedad.Tomé la bandeja con ambas manos y comencé a caminar entre la multitud. La música ambiental sonaba suave; las luces tenues daban una atmósfera de lujo contenida. Pasé entre
Extendí los brazos.Sentí el aire acariciar mi piel, como una caricia que no pedí pero que necesitaba. Moví las caderas con suavidad, dejándome llevar por la música, por el suspiro de las cuerdas que parecía entenderme mejor que nadie. Mis curvas hablaban. Mis gestos gritaban todo aquello que mis labios nunca se atrevieron a decir.Y no lo supero.No sentí su presencia.Pero él estaba allí.Charles Schmidt.De pie, en el umbral, como un ladrón de recuerdos, con la mirada clavada en mí, como si nunca me hubiera visto… y sin embargo, no pudiera dejar de hacerlo ahora.Terminé el movimiento con una vuelta.Me quedé de espaldas…Algo me hizo girar el rostro.Y ahí estaba.Sigue parado. Mirándome. En silencio.Caminé con calma. No quería que notara que el corazón me latía a mil por hora. Apagué la música con una presión lenta sobre el control. El silencio se hizo más pesado que cualquier nota.— ¿Qué haces aquí? —pregunté sin mirarlo del todo.Charles se acercó a unos pasos, con esa manera
Las niñas ya estaban allí. Diez pequeñas en fila, de distintas edades y niveles, con leotardos rosados, moños desordenados y caritas expectantes. Algunas me sonrieron al verme entrar. Otras, más nuevas, me miraron con timidez. Me quité la blusa blanca que cubría mi conjunto de danza: un enterizo negro cómodo, sin mangas, que me permitía moverme con facilidad.Me paré al frente, tomé el control remoto del equipo de sonido y habló con voz firme pero amable:—Muy bien, señoritas… acomódense en sus lugares. Las quiero alineadas, espalda recta, pies juntos y brazos a los costados. ¡Vamos!Las niñas se movieron con rapidez, algunas con gracia, otras aún torpes, pero con entusiasmo. Las dos nuevas se vieron un poco perdidas.—Ustedes dos… —les dije con una sonrisa leve—, vengan al frente. No se preocupen si no saben los pasos. Hoy solo quiero ver cómo se mueven, ¿de acuerdo?Asintieron, nerviosos.Pulsa la música. Era una melodía suave, clásica, con un ritmo marcado y limpio. Me coloqué en e
– Rebeca MillerHabía pasado una semana desde la muerte de mi padre.La casa olía a incienso, a silencio, a una ausencia que no sabía dónde poner. Vivía ahora con mi madre. Ella no quiso que la dejara sola... y cómo hacerlo, si ahora éramos todo lo que nos quedaba la una a la otra. Me senté frente a su escritorio, en la oficina que antes era de él. Una parte de mí aún esperaba que abriera la puerta, con ese aroma a colonia amaderada que siempre lo acompañaba, preguntándome por los niños o si ya había desayunado.—Mira, hija —me dijo madre con voz suave, mostrándome una carpeta manila—. Estos son los documentos de los socios a los que tu padre les vendió el 50% de la empresa.Tomé el sobre con manos temblorosas. Hojeé los papeles esperando encontrar nombres, pistas, algo... pero no había nada. Solo firmas legales, términos, cláusulas, pero ningún rostro ni nombre claro. Suspirar.—Tú crees que yo podría estar al frente de todo esto, mamá? —pregunté sin mirarla, con un nudo apretado en
Charles seguía observando la flor destrozada bajo mi zapato. Sus labios se curvaron apenas, como si estuviera a punto de decir algo… pero no se atrevía. Tal vez porque sabía que cualquier palabra sería insuficiente. O tal vez porque, por primera vez, comprendió lo que había hecho.El silencio entre nosotros se volvió denso, incómodo, pero yo no lo rompí.Entonces sentí otra presencia detrás de él. Firme. Respetuosa.—Rebeca… —La voz de don Augusto me rodeó con ese tono paternal que tantas veces quise sentir como propio—. Hija, no era mi intención perturbar este momento, pero… necesito hablar contigo. Sé que este no es el lugar, pero hay cosas que deben decirse, aunque duelan.Respire hondo y asentí, sin apartar la vista de Charles.—Lo sé, don Augusto. Y cuando sea el momento… estará lista.Él me miró por unos segundos, con los ojos húmedos de algo más que tristeza. Tal vez culpa. Tal vez añoranza.Se giró y caminó hacia mi madre, que lo esperaba con la misma elegancia imperturbable d
Estoy de pie, al lado de mi madre, Evelyn De Miller. Ambas vestidas de luto. El lino negro de mi vestido se ciñe a mi figura, elegante, sobrio, como ella me enseñó. Llevo el cabello recogido en un moño bajo, un sombrero con velo negro cubre parte de mi rostro y unas gafas oscuras ocultan la tormenta en mis ojos. Mis manos, protegidas por unos guantes de encaje negro que ocultan mis temblores, me siento en una escena que jamás quise protagonizar. mientras el murmullo de la gente llena el aire denso del salón.Nunca imaginé volver a vestir así. Nunca pensé en despedirme de mi padre.Algunos allegados se acercan, con abrazos rápidos, frases hechas, lágrimas medidas. No escucho nada. Solo lo siento.—Rebeca —dijo una voz conocida.Levante la mirada. Rosa. A su lado, su esposo, José.—Cuánto lo siento, amiga —dijo, con una voz cargada de ternura. Su abrazo fue cálido, de esos que sostienen más que las palabras, mientras José, su esposo, estrecha la mano de mi madre.—Lo siento mucho, Rebec
Último capítulo