Por una broma, Anel firma el contrato equivocado. Ahora está casada con un desconocido. ... Anel Cross jamás pensó que una simple broma cambiaría su vida para siempre. Audaz, rebelde y sin miedo a las reglas, siempre ha vivido al límite, divirtiéndose con su pandilla y desafiando la autoridad. Pero cuando un malentendido la lleva a firmar un misterioso documento, su mundo da un giro inesperado. A la mañana siguiente, descubre la impactante verdad: ha firmado un acta de matrimonio. Y no con cualquiera, sino con Damon Knight, un magnate implacable, tan peligroso como encantador. Dueño de un imperio corporativo, Damon es el epítome del poder y el control, pero detrás de su fachada de empresario exitoso, se esconde un hombre con conexiones en el crimen organizado. En lugar de anular el matrimonio, Damon ve en Anel la oportunidad perfecta para su propia agenda. Con una sonrisa arrogante y un contrato en mano, la chantajea para que desempeñe su papel de esposa ante la sociedad, sumergiéndola en un mundo de lujos, secretos y peligros del que no podrá escapar. Sin embargo, lo que comienza como una lucha de voluntades se convierte en algo más oscuro y tentador. Anel no está dispuesta a ser una simple pieza en su juego, y Damon descubre que su nueva esposa es más difícil de domar de lo que pensaba. Entre el deseo, la traición y un pasado que amenaza con destruirlos, ambos se verán atrapados en una danza peligrosa donde la línea entre el amor y el odio es demasiado delgada. Pero en un mundo donde nada es lo que parece, ¿quién será el primero en ceder? ¿Y qué pasará cuando el enemigo más grande no sea el otro, sino los sentimientos que comienzan a surgir en el fuego de su guerra?
Leer másNo hay una palabra que pueda abarcar todo lo que siento ahora.Ni “felicidad”, ni “paz”, ni siquiera “amor” logran describirlo.Es algo más profundo. Más íntimo. Como si por primera vez, después de años de oscuridad, pudiera respirar de verdad.Estoy aquí. Sentada en la sala de la mansión, envuelta en una manta suave, mientras Damon prepara café en la cocina. La lluvia golpea los ventanales, como si el cielo lavara todo lo que fuimos… y nos dejara limpios para lo que vamos a ser. Tengo puesto un pijama y acaricio mi pequeñísimo vientre mientras leo un libro sobre consejos de maternidad. Damon se sienta a mi lado, me pasa una taza y me mira con esos ojos de tormenta que me derriten cada vez. Me acaricia la mejilla con los nudillos y me pregunta:—¿Estás bien?No. No estoy bien. Estoy mejor que bien. Estoy completa. Pero no sé cómo decirlo, así que solo asiento. Luego, me atrevo a decir lo que llevo días guardando:—Prométeme algo.Él se tensa levemente, como si temiera que le pidiera
El sonido del agua corriendo en la regadera es lo único que rompe el silencio espeso de la habitación. Acabo de salir del baño, envuelta en una bata de satén blanco que encontré sobre la cama, al parecer las empleadas lo dejaron para mí. Mientras Damon sigue adentro, bajo el agua caliente. No habíamos intercambiado muchas palabras desde que subimos a la habitación. Solo miradas. Miradas cargadas de demasiadas cosas: rabia contenida, pasión enjaulada, necesidad y miedo.¿En qué está pensando?Eso me mata.Durante los días anteriores lo sentí lejano, frívolo, como si aún no estuviera seguro de perdonarme. Pero en la boda… ese beso… Dios, ese maldito beso no fue frío. Fue un acto de posesión. Me besó como si quisiera grabar su alma en la mía, como si no pudiera soportar la idea de perderme de nuevo. ¿Y ahora? ¿Volverá a ser ese hombre distante que apenas intercambiaba miradas conmigo?Me paro frente al gran espejo de la habitación y me suelto el cabello. Mis mechones aún están húmedos, y
Una semana.Siete amaneceres en los que desperté en la misma mansión que Damon. Y aún así, él y yo seguimos a kilómetros de distancia. Sus ojos me buscan, pero sus labios ya no me rozan. Sus manos ya no se aferran a mi cintura como antes. Y cada vez que intento acercarme, él simplemente se aleja. Como si el amor doliera más que el odio.Pero hoy... hoy todo cambia.Hoy me caso con el hombre que me partió el corazón y, al mismo tiempo, lo mantuvo latiendo. Hoy dejo de huir, dejo de pensar, dejo de esperar. Me convierto en su esposa otra vez. Y no por un papel. No por una estrategia. Sino porque elijo quedarme. Con él. Con Damon.—Estás lista, señorita Anel —dice la sirvienta mientras acomoda la cola del vestido.Asiento frente al espejo.No puedo dejar de mirar mi reflejo. El vestido blanco cae como una cascada de seda sobre mi cuerpo. Es ceñido en la cintura, con detalles en encaje y una espalda descubierta que me hace sentir tan poderosa como vulnerable. Es el vestido de mis sueños,
Dos días.Solo eso me dio.Dos míseros días para decidir si volvía a entregarle mi corazón… o si lo dejaba ir para siempre.Dormía poco, comía a la fuerza, y me sorprendía llorando sin motivo. O al menos eso quería creer. En el fondo, lo sabía: lloraba porque mi corazón ya había tomado una decisión, pero el miedo a perderlo otra vez me hacía dudar, tambalearme, enloquecer. Lo amaba. Con una intensidad cruel. Y ese amor, aunque me había destrozado, seguía latiendo en mi pecho como un grito desesperado.Porque, ¿cómo se elige algo así cuando el corazón ya decidió mucho antes que la mente? ¿Cómo pretender siquiera tener una elección real cuando él vive dentro de mí, cuando lo siento en cada rincón de esta casa, en cada respiración, en cada parte de mi cuerpo que todavía lo anhela? Cuando nuestro hijo crece dentro de mí, recordándome cada segundo que nunca podré alejarme del todo.Caminé por la mansión como un alma en pena. Cada rincón me hablaba de él. De lo que fuimos. De lo que podríam
No sé en qué momento me venció el cansancio. El agua de la bañera estaba tibia, mis dedos arrugados y mis pensamientos dando vueltas como un huracán descontrolado. Cerré los ojos un instante, solo uno… y me perdí.Un ruido seco, como una puerta golpeando contra la pared, me arrancó del sueño. Abrí los ojos de golpe, aún aturdida, y al principio no supe si era parte de una pesadilla… o si la pesadilla era real.Él estaba ahí.Damon.De pie frente a mí, con la mandíbula apretada y la mirada ardiendo como fuego. Mi corazón se disparó. Lo primero que hice fue cubrir mi cuerpo desnudo con las manos, instintivamente, aunque en el fondo sabía que él había visto cada rincón de mí antes. Pero eso no le daba derecho a irrumpir así.—¡Qué demonios haces aquí! —espeté con la voz temblorosa, entre sorpresa y rabia.—No te cubras, Anel —dijo con una frialdad que me caló los huesos—. No me digas que ahora te da pudor, como si ese hijo que llevas hubiera sido plantado por obra del Espíritu Santo.Me
El corazón me latía con fuerza, no por emoción, sino por rabia. Por frustración. Por todas esas emociones que había intentado enterrar con su ataúd vacío.Allí estaba. Damon. Vivo. Impecable. Frío como el mármol.Mi esposo resucitado.Hace un minuto atrás pensé que me desmayaría, pero ya estoy más repuesta de la impresión. Así que me permito continuar con más firmeza. —¿Por qué? —mi voz es firme, pero dentro de mí, estoy temblando. Lo odio. Lo amo. Lo quiero matar. Lo quiero besar—. ¿Por qué fingiste tu muerte? ¿Por qué me hiciste creer que estabas muerto, Damon?Él levanta la vista, pero no hay emoción en sus ojos. Solo esa frialdad que ahora parece ser parte de su piel. Se toma su tiempo antes de contestar.—No fingí nada. —Su voz, más profunda, más ronca. ¿Siempre fue así? ¿O lo olvidé con el dolor?Se desabotonó lentamente la camisa, como si no le importara estar desnudando su herida frente a mí. Como si el hecho de que casi murió fuera algo que yo debía entender… aceptar… callar
Ha pasado una semana desde el entierro de Damon. Y aún me cuesta respirar.Cada rincón de la mansión me recuerda a él. Su aroma sigue en las sábanas, su voz aún resuena en mi cabeza, y en las noches, cuando todo está en silencio, cierro los ojos y finjo que su cuerpo está junto al mío, rodeándome, protegiéndome. Pero cuando abro los ojos, todo vuelve a ser un infierno.Un infierno sin él.He intentado centrarme en la empresa de joyería, lo poco que no me recuerda directamente al mundo que Damon controlaba, pero es imposible. El imperio de sombras que él manejaba desde la oscuridad ahora me respira en la nuca, hambriento, voraz. Los mismos hombres que lo respetaban ahora me miran como una debilidad que pueden usar, eliminar o poseer. No saben que ya no me queda miedo. Lo perdí la noche que él murió.Hoy, con el cuerpo más débil que nunca, tras una amenaza de aborto por el estrés y el dolor, tengo que enfrentar una reunión con algunos de los socios más poderosos de Damon. Asesinos, traf
Han pasado tres días. Solo tres.Y sin embargo, se sienten como siglos.Desde aquella noche no he vuelto a ser la misma. Mi reflejo ya no me reconoce. Mis pensamientos no me pertenecen. Mi alma, si es que queda algo de ella, está hecha jirones. Y el dolor…El dolor no se ha ido. Solo ha cambiado de forma. Ya no lloro. Ya no grito. No me quedan lágrimas. Lo único que queda es este vacío oscuro, agudo, profundo, que se ha instalado en mi pecho como un tumor, consumiéndolo todo.Estoy frente al espejo. Me estoy vistiendo. Mis manos tiemblan mientras abro el vestido negro que Killiam dejó sobre la cama. No es por el frío. Es por la ausencia. Por la certeza de que, cuando termine de abotonarlo, estaré saliendo a despedir a mi esposo… para siempre.Damon Knight será enterrado hoy.La mansión está en silencio, como si respetara el duelo que nadie ha nombrado. Nadie se atreve a hablar en voz alta. Killiam se encarga de todo, como si intentara protegerme de una realidad que ya me devoró.Despu
No sabía que el alma podía romperse en tantos pedazos sin hacer ruido. Y sin embargo, ahí estaba yo, de pie en medio del infierno que yo misma había ayudado a desatar.Todo ocurrió demasiado rápido. Los hombres de Liam irrumpieron en la mansión como una tormenta, armados hasta los dientes, arrastrando el caos con cada pisada. El estruendo de sus pasos resonaba en las paredes como si el mismo destino viniera a cobrarme todo lo que le debía.Damon, de pie en lo alto de la escalera, no parpadeó. Ni siquiera pestañeó cuando los fusiles apuntaron a su pecho. Extendiendo un brazo, dio una órden seca a sus hombres:—No disparen.Él sabía lo que vendría si lo hacían. Una masacre. Una guerra sin retorno. Así que bajó lentamente los peldaños, con la mirada fija en Liam. Orgulloso. Serio. Invencible, a pesar de que lo estaba perdiendo todo.—Siempre supe que este día llegaría —dijo Liam, sonriendo con esa arrogancia que me revolvía el estómago—. Que te vería caer... Y que me quedaría con todo. I