Mundo ficciónIniciar sesiónLa mujer frente a él estaba hecha un desastre.
El cabello recogido en un moño improvisado que casi le caía sobre la frente, el rostro pálido, los ojos hinchados por haber llorado demasiado. Leo Peterson se preocupó de inmediato.
No había esperado encontrarla así.
Sabía que Isabella se había marchado alterada de su ático, pero no imaginó que el episodio la habría afectado de ese modo. Él solo había actuado por impulso después de que el médico le dijera que necesitaba descansar y comer algo. Nada más.
Y, aun así, ella había salido corriendo como si él fuera una amenaza.
Leo se descubrió recordando el momento exacto en que le pidió a Alex que los llevara a su casa. No lo pensó demasiado. Lo hizo porque le pareció lo correcto.
Era extraño cómo, por primera vez en su vida, ayudar a alguien parecía haber tenido el efecto contrario.
La mayoría de las personas aceptaban su ayuda sin cuestionarla. Sin preguntarse nada. Con él siempre aparecían historias trágicas, facturas impagas, enfermedades repentinas, necesidades urgentes. Nadie rechazaba una mano extendida… excepto Isabella Rich.
Ella lo observaba ahora con esos ojos grises abiertos de par en par, como si todavía no terminara de creer que él estuviera allí, frente a la puerta del pequeño apartaestudio que compartía con su amiga Irene.
No le fue difícil dar con su paradero. Alex lo había llevado esa misma tarde, después de que Isabella saliera casi huyendo de su casa tras discutir con su madre. Leo no lo dudó. La culpa lo empujó a ir.
Él no era un hombre que infundiera miedo. Jamás lo había sido. Por eso la reacción de Isabella lo dejó desconcertado.
Pero más allá de eso, necesitaba saber si estaba bien.
—Leo… —susurró ella al reconocerlo.
El simple sonido de su nombre en la voz de Isabella le provocó una reacción incómoda, casi indebida.
Ella estaba embarazada.
Aun así, no pudo negar el interés creciente que sentía. No era solo físico. Era otra cosa. Algo que no sabía definir y que le resultaba peligrosamente nuevo.
¿Cuándo fue la última vez que una mujer lo había descolocado así?
Isabella parecía frágil y fuerte al mismo tiempo. El cabello revuelto, la camiseta amplia que apenas disimulaba el embarazo ya visible, los pies descalzos apoyados sobre el suelo frío. No había artificios en ella. Nada calculado.
Y eso lo inquietaba.
—¿Hola? —dijo ella, rompiendo el silencio.
Leo se dio cuenta entonces de que llevaba varios segundos mirándola sin decir nada.
Isabella cruzó los brazos sobre el pecho, aunque no antes de que él notara cómo su presencia la alteraba.
—¿Puedo pasar? —preguntó él al fin.
—¿Qué quieres? —respondió ella sin rodeos—. ¿Vienes a cobrarme el favor de esta mañana? Ya te dije que no tengo dinero.
Apoyó el brazo en la puerta, como si en cualquier momento fuera a cerrarla.
—¿A qué viniste, Leo?
Mientras la observaba, él buscaba la forma adecuada de explicarse. Pensó, inevitablemente, en Elena. En lo diferente que era todo con Isabella. En lo fácil que había sido siempre con otras mujeres. Y en lo complicado que se estaba volviendo esto.
Se inclinó apenas hacia ella, lo suficiente como para invadir un poco su espacio. Isabella no retrocedió. Solo lo miró, desconfiada, expectante.
—¿Qué haces? —preguntó ella.
—Respirar —respondió él, con una media sonrisa—. Y comprobando que estás bien.
—¿Te caíste de pequeño o siempre fuiste así de raro? —replicó ella, frunciendo el ceño.
Leo soltó una risa baja, sincera. Hacía tiempo que una conversación no le resultaba tan… ligera.
Por un instante, olvidó incluso el motivo que lo había llevado hasta allí. Y eso lo alarmó.
—¿Me dejas pasar? —insistió.
—No.
La respuesta fue inmediata.
Leo arqueó una ceja, divertido.
—¿Nunca bajas la guardia?
—La bajé una vez —contestó ella sin titubear—. Y ahora voy a tener un hijo.
Eso lo dejó sin palabras.
No era una frase lanzada al aire. Era una declaración cargada de realidad.
Leo comprendió entonces algo esencial: Isabella no era impulsiva sin más. Era honesta. Brutalmente honesta. Y eso podía ser peligroso… para ella y para cualquiera que se acercara demasiado.
—Lo siento —dijo él, con sinceridad—. No pretendía asustarte hoy.
Ella lo observó con atención, como si evaluara cada gesto.
—No me fue mal —respondió finalmente—. Tendré un hijo. Uno que será solo mío.
Había orgullo en su voz. Y algo más. Algo que le apretó el pecho a Leo sin previo aviso.
—¿Entonces? —añadió ella—. ¿Me dirás a qué viniste?







