El mundo estalló en un rugido de metal y gritos. Durante un instante, Dante solo sintió el aire cortándole la piel, la violencia de la caída y el impacto seco de su cuerpo golpeando el suelo. Luego vino el silencio. Un silencio espeso, como si alguien hubiera sumergido todo en agua.
Estaba en el suelo, boca arriba, el cielo girando sobre él como una espiral borrosa. Tosió, sintiendo el sabor a sangre en la boca. Se llevó la mano a las costillas. Dolían, todo dolía, pero estaba vivo. Lo supo por el dolor, lo supo porque podía mover los dedos.
Lo supo porque el recuerdo de Aurora todavía ardía como fuego en su cabeza.
Se incorporó como pudo, jadeando, con el cuerpo temblando. La moto ya no estaba. La camioneta la había arrastrado como una bestia furiosa, y junto con ella, a Aurora.
Él la había visto en el asiento trasero intentando salir y gritando su nombre. Lo último que recordaba era su rostro antes de lanzarse de la moto, justo cuando supo que el choque era inevitable.
—Aurora… —m