Aurora sonrió, se giró y caminó hacia la biblioteca, en donde Dante esperaba por ella.
La biblioteca estaba en penumbra, iluminada apenas por la lámpara, Dante había entrado primero, con paso lento, casi pesado, como si cada palabra que iba a decirle a Aurora le costara parte del alma. Ella lo siguió, cerrando la puerta tras de sí con suavidad.
Por unos segundos, solo hubo silencio. Aurora se detuvo frente a uno de los estantes y pasó los dedos por los lomos polvorientos de los libros, como buscando algo que la anclara a la realidad. Dante la observaba desde el centro de la sala, con las manos en los bolsillos y los ojos oscuros, llenos de tormenta.
—Dante… —susurró ella, sin mirarlo aún —¿Qué fue lo que pasó entre tú y Fiorella? quiero la verdad.
Él apretó la mandíbula. Dio un paso hacia ella. Luego otro. Hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para rozarle la espalda con el aliento.
—Fue un error —dijo, con la voz ronca—. Fui un estúpido, Aurora. Un maldito imbécil por dejarm