La habitación se sacudió como un reflejo distorsionado cuando Antonio alzó el brazo. Aurora no tuvo tiempo de reaccionar, de esquivar, de gritar. El golpe fue certero, brutal, dirigido al costado de su cabeza. Un estallido blanco nubló su vista y luego, la oscuridad la devoró por completo.El cuerpo de Aurora se desplomó sobre la alfombra como una marioneta sin hilos.Un rayo de sol filtrado entre las rendijas de la persiana fue lo primero que sintió. Ardía contra su rostro. Aurora abrió los ojos lentamente, con los párpados pesados, la boca seca y un sabor metálico en la lengua. Un pitido leve latía en sus oídos. No recordaba en qué momento había perdido el conocimiento, pero el dolor en su sien le devolvió la memoria como una bofetada helada.Intentó moverse. Las muñecas le dolieron de inmediato: estaban atadas a los extremos del cabecero de hierro forjado de una cama extraña. Los tobillos también. El colchón era duro, áspero. Y la habitación estaba en penumbra.Se giró con dificul
La tarde caía, una tarde helada, tiñendo el cielo de un rojo profundo que parecía anunciar una tormenta. La mansión, de arquitectura señorial y muros cubiertos de hiedra, se alzaba silenciosa entre su alrededor.Las fuentes del jardín ya no murmuraban, como si incluso el agua contuviera la respiración. El silencio fue interrumpido por el chirrido de las grandes puertas de hierro.Giuseppe cruzó el umbral, jadeando apenas por la caminata apresurada desde el pueblo. Su rostro curtido por los años y la lealtad, lucía tenso, sus ojos oscuros se movían con ansiedad. Apenas puso un pie dentro, se detuvo en seco.Allí, en el gran vestíbulo, estaban ellos.Dante estaba de pie junto al ventanal, su silueta recortada contra la luz del crepúsculo, con las manos cruzadas tras la espalda y la mandíbula tensa. A su derecha, Alonzo, más sombrío, apoyado contra una columna, con una expresión tan tensa como peligrosa. El aire entre ambos parecía cargado de pólvora.Giuseppe palideció.—Señor Dante...
La noche se extendía como un manto espeso sobre las afueras de Bolonia. La mansión, una construcción de piedra olvidada por el tiempo, se iluminaba esta vez con luces doradas y tenues, como si intentara maquillar la oscuridad que albergaba. Era el lugar perfecto para camuflar las verdaderas intenciones de las personas que ingresaban allí, intenciones oscuras y crueles... que helaban la sangre de cualquiera. Autos de lujo comenzaron a llegar uno por uno, cruzando el portón con vigilancia armada, bajo la mirada escrutadora de hombres vestidos de negro. Autos que dejaban claro que quienes se transportaba allí tenían dinero de sobra. En el interior, la atmósfera era otra, vino añejo, puros encendidos, bandejas de plata con manjares cuidadosamente dispuestos. Todo perfecto para que la noche fuera estupenda. Las paredes estaban cubiertas con cortinas oscuras, y una gran sala dominaba el espacio, con sillones de cuero y una tarima vacía al fondo, iluminada por un único foco que caía como
Mientras tanto en la mansión de Antonio, Leonardo Rossi se acomodó en su asiento. Su expresión era calculadora, como si estuviera mirando una joya que ya había comprado.Antonio extendió un brazo hacia el centro de la sala.—Que empiece la función — dijo con voz fría.Mateo llevó a Aurora hasta la tarima. Ella se resistió al subir, pero él le apretó la muñeca con brutalidad y la empujó con fuerza. Aurora trastabilló, pero se mantuvo de pie.Aurora estaba a punto de entrar en crisis, la imagen que tenía al frente de esos hombres allí sentados observando como si ella fuera un trozo de carne, un trofeo... le ponía la piel de puntas, la ponía completamente nerviosa. Antonio se posicionó a un lado, tomando un pequeño martillo de madera. Su tono era el de un showman de feria, pero su mirada destilaba veneno.Mientras el convoy llegó a las cercanías de la mansión, no hubo sigilo. No era necesario. Era una declaración de guerra. Los primeros disparos tronaron en cuanto los guardias intent
Cristales reventando, casquillos cayendo como lluvia, gritos de heridos y el bramido de DanteQuien subió las escaleras como una bestia desatada al ver que Antonio salió corriendo. Cada paso que daba era una amenaza para el mundo. En el pasillo del segundo piso, más enemigos lo esperaban. No importaba. Ninguno tenía la rabia, el dolor ni la determinación que él llevaba dentro. Ninguno pensaba en Aurora.Una bala le rozó el brazo izquierdo. No se detuvo, disparó a ciegas y acertó. Otro hombre cayó. El siguiente intentó escapar, pero Dante le disparó por la espalda. Nada lo frenaba. Ni el dolor, ni la sangre, ni el caos.Al fondo del pasillo, una gran puerta doble. Antonio estaba allí. Lo sabía.—¡ANTONIO! —rugió como un animal.Del otro lado, el silencio.Dante alzó el pie y pateó con toda su fuerza. Una, dos, tres veces. Al cuarto golpe, la puerta cedió y se abrió con fuerza.Antonio lo esperaba con una pistola en la mano y una sonrisa torcida.—Tardaste —dijo.Dante disparó sin pensa
El fuego devoraba la mansión con un rugido constante. Las llamas trepaban por los muros como lenguas vivas, y el humo comenzaba a engullirlo todo. El estruendo de maderas cediendo y vidrios estallando formaba un coro apocalíptico mientras Dante avanzaba con Aurora en brazos. Su cuerpo, manchado de sangre y ceniza, era apenas contenido por los músculos tensos de su amada Ella lo miraba con los ojos húmedos. El vestido rojo de látex aún colgaba rasgado sobre su cuerpo. Había marcas en su piel, golpes, heridas, pero sus labios esbozaban una leve sonrisa cuando lo vio.—Dante… —susurró con la voz rota.Él no dijo nada al principio. La apretó contra su pecho, le acarició la nuca con ternura inusitada, y la besó. Un beso profundo, desesperado, como si el mundo se acabara en ese instante y sólo pudieran salvarse a través de ese contacto.Cuando se separaron, sus frentes se tocaron. Él la miró con una intensidad feroz.—Nunca más —murmuró—. Nunca más voy a dejar que alguien te toque, te hie
Vittorio bebió una copa lentamente, dejando que el líquido amargo deslizarse por su garganta mientras quemaba con fuerza a su paso. Su teléfono sonaba en su bolsillo. La llamada lo tomó por sorpresa, pero no tardó en contestar con una mezcla de impaciencia y curiosidad por saber de ella. Ella era lo único que en estos momentos invadía su pensamiento. La voz del otro lado le informó que ella ya había sido rescatada, y en ese momento, una sensación encontrada lo atravesó: una parte de él sintió satisfacción, pero otra aún permanecía tensa, como si una sombra de duda se aferrara a su mente.Una en donde ella iba a agradecerle al hombre incorrecto. Sentía una mezcla de impotencia y satisfacción: impotencia porque no había sido él quien la había sacado de aquel infierno, y eso pesaba bastante en su ego. La idea de que alguien más hubiera tenido esa victoria le incomodaba profundamente. Sin embargo, también experimentaba una satisfacción genuina al saber que, al menos, ella no estaba en
Vittorio recibió una llamada y en ese instante supo que por fin su hermana había despertado.Sin perder tiempo, pasó la mano con suavidad por el hombro de Francesco, ofreciéndole algunas palmadas que, aunque pequeñas, eran un gesto de advertencia. Sabía que el viejo, con toda su experiencia y astucia, podía serle útil siempre y cuando permaneciera de su lado, alineado con sus intereses. En el fondo, comprendía que cualquier aliado podía marcar la diferencia en su plan, y que mantener a Francesco sería fundamental para lo que estaba por venir.Pero si en algún momento Francesco decidía actuar en contra de sus intereses, si optaba por una vía diferente, entonces ese viejo le sería completamente inútil y, en cierto modo, una carga. La lealtad era útil y, en su juego, solo valía si se utilizaba a su favor.Sin perder más tiempo, Vittorio salió rápidamente en su automóvil, dirigiéndose directo a la casa. Consciente de que Fiorella podía ponerse peor que una fiera si no lograba calmarla a