Antonio caminaba por los pasillos de su mansión con paso firme, arrastrando consigo una mezcla de satisfacción y nostalgia que le endurecía el rostro y le iluminaba los ojos.
El silencio del lugar solo era interrumpido por el eco de sus zapatos sobre el mármol. Al llegar a la biblioteca, abrió con delicadeza uno de los cajones del escritorio, sacando los papeles que había guardado con tanto recelo, los exámenes de embarazo de Aurora.
Los miró durante unos segundos, repasando con la vista cada línea como si fueran versos sagrados. Luego, con una sonrisa enorme y cargada de un orgullo casi infantil, les tomó una foto con su teléfono y la envió directamente a Dante. El gesto tenía algo de desafío, algo de redención.
Encendió un puro con la calma de un hombre que ha esperado demasiado para disfrutar de un triunfo silencioso.
Aspiró el humo lentamente, sintiendo cómo el sabor amargo se mezclaba con la dulzura de sus pensamientos. Mientras exhalaba una densa nube gris que se dispersaba e