La habitación se sacudió como un reflejo distorsionado cuando Antonio alzó el brazo. Aurora no tuvo tiempo de reaccionar, de esquivar, de gritar. El golpe fue certero, brutal, dirigido al costado de su cabeza. Un estallido blanco nubló su vista y luego, la oscuridad la devoró por completo.
El cuerpo de Aurora se desplomó sobre la alfombra como una marioneta sin hilos.
Un rayo de sol filtrado entre las rendijas de la persiana fue lo primero que sintió. Ardía contra su rostro. Aurora abrió los ojos lentamente, con los párpados pesados, la boca seca y un sabor metálico en la lengua.
Un pitido leve latía en sus oídos. No recordaba en qué momento había perdido el conocimiento, pero el dolor en su sien le devolvió la memoria como una bofetada helada.
Intentó moverse. Las muñecas le dolieron de inmediato: estaban atadas a los extremos del cabecero de hierro forjado de una cama extraña. Los tobillos también. El colchón era duro, áspero. Y la habitación estaba en penumbra.
Se giró con dificul