Dante cruzó el pasillo de piedra con pasos calculados, como si cada metro que avanzaba borrara un rastro de debilidad en él. Iba con la pistola en la mano, el rostro endurecido, los nudillos manchados de sangre seca. Se detuvo frente a la primera puerta y escuchó. Silencio. Nadie.
Solo el eco distante de voces arriba, tal vez en los pasillos principales de la vieja casa.
Giró la perilla, encontró una escalera angosta y subió con cuidado. No podía confiar en que todos estuvieran ajenos a lo que acababa de hacer. Vittorio podía haber dejado otros hombres resguardando la zona. Lo más probable es que ya se prepararan para salir hacia su mansión.
Hacia ella.
Aurora.
La imagen de su rostro, la última vez que la vio, desfiló por su mente como una bofetada. El vestido rojo. Sus labios temblando. La mirada que mezclaba amor y miedo. El hijo que aún crecía dentro de ella.
Su hijo.
Apretó la mandíbula y aceleró el paso.
En la parte superior de la casa, el caos se había desatado.
—¡Encontraron m