Antonio se llevó la copa a los labios con una sonrisa relajada, sin sospechar nada.
Su mirada permanecía anclada a las curvas de Aurora, envuelta en aquel vestido rojo ceñido que delineaba cada parte de su cuerpo como una provocación a la cordura.
Aurora, mientras tanto, sostenía su copa sin beber, sus ojos seguían cada uno de sus movimientos con la paciencia de una estrategia que por fin estaba a punto de ejecutar su jugada maestra.
La cena transcurrió entre sonrisas falsas, miradas cargadas de doble filo y un silencio apenas cortado por el tintineo de los cubiertos. Aurora sabía que el sedante empezaría a hacer efecto en cualquier momento. Sabía que debía aguantar un poco más, mostrarse dulce, cercana, dócil. Y así lo hizo.
Se levantó con una excusa sencilla, fue hasta el pequeño mueble bar y sirvió una segunda copa de vino, esta vez más generosa.
—Bebe —dijo con una sonrisa que parecía sincera—. Es lo menos que puedo hacer por ti, por todo lo que has hecho por mí. Me salvaste, ¿n