Aurora subió las escaleras con paso firme, aunque el corazón le golpeaba el pecho como un tambor de guerra.
Cerró la puerta de la habitación tras de sí y se apoyó contra ella un momento, respirando hondo. Aún sentía en la piel la mirada de Antonio, esa mezcla de deseo y poder que tanto la había atormentado. Pero ya no era la misma.
No era la mujer que él creyó doblegar. Ahora, con cada decisión, se acercaba más a su libertad… y a su justicia.
Se quitó el vestido rojo con movimientos rápidos y se dirigió al baño. Se lavó el rostro y las manos como si quisiera borrar los últimos minutos de su piel.
Luego caminó hacia el armario que Antonio había llenado con ropa para ella: vestidos lujosos, provocativos, como si su encierro fuera una pasarela impuesta.
Pero esta vez no buscó la prenda más sensual. Esta vez eligió algo práctico: un conjunto negro ceñido al cuerpo, fácil de mover, cómodo para lo que se avecinaba. Se amarró el cabello en una coleta alta y tomó una chaqueta de cuero que